"Esto no se acaba. Llevamos casi un año y no vemos el final". Conchi Tarancón reflexiona en voz alta mientras cruza las puertas de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Virgen de la Concha, donde trabaja como jefa de servicio. Desde marzo del año pasado, la pandemia no le da tregua; ni a ella, ni al resto del equipo. "Vas saliendo de una ola y te metes en otra", explica resignada ante la presencia de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA, del mismo grupo editorial, Prensa Ibérica, que este diario, que ofrece hoy la primera de tres entregas sobre lo que está ocurriendo dentro de la zona de críticos. Mientras, a la derecha de la responsable del área, cuatro sanitarias atienden a un paciente que apenas puede moverse. La imagen impresiona y se repite en el resto de los boxes. Casi todos están ocupados por enfermos de COVID.

La UCI ordinaria donde se encuentra Conchi Tarancón se sitúa en la cuarta planta del Virgen de la Concha, pero los responsables del hospital ya han tenido que habilitar otra unidad extendida en la zona baja. Así, los doce pacientes que actualmente requieren de cuidados intensivos están repartidos entre ambos espacios, que suman una capacidad para 19 enfermos. El miedo latente es que el incremento de los contagios desborde ese aforo y fuerce medidas drásticas, como duplicar las camas en los boxes. "Todo puede pasar".

Entretanto, el minuto a minuto de la UCI impide que el equipo de cuidados intensivos piense demasiado en el futuro. En esta sala en forma de "U", las atenciones se suceden, el ajetreo es la norma y la monitorización del paciente resulta constante. Nada queda al azar: "En una mañana normal suele haber cinco enfermeras, tres auxiliares y cinco médicos, todos intensivistas", explica Tarancón, que reconoce "el agotamiento", a pesar de la actitud positiva que se percibe en el ambiente, y que da cuenta de una realidad que se percibe sin dificultades a simple vista: "Sí, casi todas somos mujeres".

Esa circunstancia contrasta con el perfil de los ingresados en la UCI de Zamora. Desde el inicio de la pandemia, esta unidad ha acogido a 120 pacientes; el 80%, hombres. Prácticamente todos los que ocupan ahora los boxes se contagiaron en "reuniones familiares" durante la Navidad, el foco por antonomasia de una tercera ola que todavía no ha alcanzado su pico más alto en los cuidados intensivos: "Ahora se ven ingresos en urgencias, y en diez o doce días tendremos esto a tope", asegura la jefa de servicio, que alberga pocas dudas sobre lo que se avecina.

De momento, la UCI de Zamora ha atendido a unos 120 pacientes desde que comenzó la pandemia. En la primera ola, uno de cada dos moría; tras la segunda, el trabajo y la experiencia con el virus de los sanitarios ha logrado reducir esa cifra a la mitad y tres de cada cuatro pacientes salen adelante. Aun así, el porcentaje de fallecimientos sigue siendo alto, y a los profesionales les resulta difícil dejar al margen la implicación personal. "Ves gente con 50 años que se va a ir y no puedes hacer nada. Es muy duro", desliza una enfermera.

Tarancón matiza que el grueso de la mortalidad se registra en planta, donde se ingresa a la gente "de más edad y con patologías previas". A la UCI acceden personas que van a necesitar un respirador y que no han mejorado tras el tratamiento previo. La media de edad de enfermos de coronavirus en cuidados intensivos ronda los 64 años, aunque el más joven en pasar por allí apenas tenía 35 y el mayor alcanzaba los 81. Además, la estancia media se sitúa en torno a las dos semanas, pero algunos pacientes llevan más de 70 días peleando por su vida en la sala en forma de "U" que muchos ni siquiera recordarán. Las sanitarias aclaran que el desconcierto reina entre los pacientes que despiertan; a muchos "les cuesta volver a funcionar".

Los afortunados que salgan adelante tendrán problemas para retener algún detalle de unas semanas en las que su vida pendió del hilo que sujeta el equipo de sanitarias del Virgen de la Concha. Este martes en concreto, ninguno de los enfermos COVID de la UCI situada en la cuarta planta estaba despierto. Ubicados en boxes individuales en los laterales de la estancia, los pacientes se valen del respirador o de las traqueotomías practicadas por los profesionales para seguir. Todos ellos, rodeados de cables y controlados al segundo.

La herramienta para esa vigilancia son unos monitores que se encuentran sobre una mesa alargada, ubicada estratégicamente en el medio de la estancia. Allí se colocan las enfermeras y las auxiliares, componentes de una plantilla que "está haciendo muchas horas más" de las que debería: "Tiene que ser así si queremos que esto salga adelante", subraya Tarancón, que gira la vista rápidamente hacia los pacientes, la prioridad más allá de las circunstancias laborales: "La edad es muy importante para saber cómo van a evolucionar los enfermos. También si hay alguna patología respiratoria", analiza la jefa de servicio, que acumula 25 años en la especialidad y 6 como responsable de la UCI en Zamora.

De fondo, llama la atención la actividad que se percibe en las distintas zonas de la UCI. Las trabajadoras entran y salen de los boxes casi de manera constante, y en el interior de estos pequeños habitáculos, casi todos con un cierre que los aísla de la sala principal, las sanitarias trabajan completamente protegidas con el mono, la pantalla y el resto de las prendas pertinentes. Solamente unos minutos de esta guisa, en un espacio donde la temperatura ya es elevada de por sí, bastan para aborrecer el traje; los profesionales lidian con ello y con la presión desde el mes de marzo.

En cuanto a la organización, el plan trazado en el Virgen de la Concha busca concentrar la actividad ordinaria de la UCI por el día para que la noche sea un tiempo reservado para las urgencias. Con esta ocupación, siempre las hay: "Descansamos muy poco y, en marzo, eso se reducía a nada", revela Conchi Tarancón, que sostiene que el equipo ha ido adaptándose a las circunstancias para poder convivir con una pandemia que ha duplicado y triplicado el número habitual de pacientes en su área.

A lo que es más difícil acostumbrarse es a "ver gente conocida", personas que, en su mayoría, tienen 50, 60 o 65 años y que entran a la UCI para pelear por su vida apenas unas semanas después de haber disfrutado de una reunión familiar o de una cena, sin sospechar que podían convertirse en los siguientes en ser intubados. "No entiendes cómo la gente ha hecho una vida normal en Navidad. Se veía venir", lamenta Tarancón.

Más allá de la UCI, la gerente del Complejo Asistencial, Montserrat Chimeno, alerta sobre el aumento de la ocupación hospitalaria, y asume que "se va a tener que suspender actividad programada". "Arrastramos muchos meses de asistencia total y entregada a esta patología, y hay un desgaste físico, pero sobre todo psicológico", reconoce la responsable.

Ya en la salida de la UCI, Conchi Tarancón señala unas camas apartadas en una sala contigua. Allí aguardan el previsible incremento de los ingresos en UCI cuando la tercera ola se haga fuerte en esta planta. De nuevo, el colectivo sanitario tendrá que servir de escudo.