Madrid se ha tomado con un exceso de celo la reproducción especular del conflicto catalán. Le ha añadido las dosis suficientes de tremendismo para que pueda establecerse que la céntrica provincia está en campaña bélica, antes que electoral. El país que presumió durante décadas de haber domesticado a la ultraderecha estaba incubando la ferocidad desatada estos días. Queda claro que los receptores de balas figuraban entre los 26 millones exactos a fusilar, en un proyecto que la fiscalía consideró una broma porque no fue emitido a ritmo de rap.

La voladura de las elecciones madrileñas se ha producido en ausencia de su principal protagonista, Isabel Díaz Ayuso, socia de gobiernos pasados y futuros de Rocío Monasterio por imperativo del recuento de votos. El choque valleinclanesco presenciado el viernes en una simple tertulia radiofónica coloca a Madrid en una tesitura en la cual todo desenlace adquiere verosimilitud. Taleb ha avisado de que los cisnes negros son imprevisibles, pero a nadie puede sorprenderle que el pájaro estalle despanzurrado en la capital.

Se olvida que los gobiernos españoles respectivos no se enteraron del 18 de julio, del 23 de febrero ni del 11 de marzo. Al revés, los minusvaloraron incluso después de haberse producido. Madrid vuelve a parecer en vísperas o en vísceras de un estallido. La temperatura se ha disparado hasta el extremo de que la moderación de los restantes contendientes radiofónicos se confundía con falta de combatividad.

Pablo Iglesias, todavía vicepresidente del Gobierno en el inconsciente colectivo, no puede pretender un homenaje de Vox, y Rocío Monasterio no ha entendido que la esencia de Trump consistía en burlarse de sí mismo. Lo ocurrido solo puede minimizarlo quien no haya contemplado unas imágenes teñidas de estupor.