El pasado 10 de diciembre la diplomacia española se desayunó con una sorpresa de envergadura, de la que no había sido informada. Donald Trump anunció a través de las redes sociales el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, convirtiendo a Estados Unidos en el primer país occidental en reconocer la ocupación ilegal de la antigua colonia española. Si bien la decisión estadounidense llegó como contrapartida al acuerdo con la monarquía alauí para normalizar las relaciones diplomáticas con Israel, como habían hecho recientemente Emiratos ÁrabesBahréin y Sudán, sus consecuencias no tardaron en notarse al otro lado del Estrecho. 

Un día después del anuncio, Rabat suspendió la cumbre bilateral (Reunión de Alto Nivel) con España que debía celebrarse el 17 de diciembre y poco después comenzó a presionar a Madrid y Berlín para que siguieran la estela estadounidense. Unas presiones que han dado pie a sonados desencuentros desde entonces, que han culminado esta semana con la decisión marroquí de abrir las puertas de su frontera para que miles de inmigrantes indocumentados pudieran llegar a nado hasta las costas españolas en Ceuta. El envalentonamiento de la diplomacia alauí no fue, sin embargo, la única consecuencia aparente del acuerdo con EEUU. 

Un día después Trump envió al Congreso una propuesta para venderle a Rabat un nuevo paquete de armas por valor de 1.000 millones de dólares, que incluiría drones de última tecnología y misiles de precisión, según publico Reuters. Marruecos es el principal cliente de la industria armamentística estadounidense en África, donde ocupa una posición estratégica vital para sus intereses. El año pasado dobló sus compras de armamento norteamericano, que pasaron de 4.000 millones de dólares en 2019 a 8.500 millones, lo que sitúa al país magrebí entre los 20 mejores clientes de su industria.

División sobre el Sáhara

Pero podría haber más contrapartidas, en este caso a la inversa, porque según el 'New York Times', EEUU sopesa invertir cerca de 3.000 millones de dólares en el sector bancario y la industria hotelera marroquí, transacciones que la Administración Trump desligó de los términos del acuerdo de normalización. Lo que sí hizo Trump fue dejar en manos de su sucesor la patata caliente de la soberanía del Sáhara, que divide al Congreso estadounidense. 

Veintisiete senadores republicanos y demócratas enviaron en febrero una carta a la Casa Blanca pidiendo que revoque la decisión, descrita como "miope" y contraria a la política estadounidense en la región de las últimas décadas. Y si bien su llamamiento está llamado a tener cierto peso en los cálculos de la Administración, es difícil inferir que su postura sea mayoritaria en el Capitolio. Durante la presidencia de Barack Obama, cuando se abrió el primer caucus de amigos de Marruecos en el Congreso, similar al que tiene España, 54 senadores respaldaron la propuesta de Rabat de conceder al Sáhara "una amplia autonomía bajo soberanía marroquí".

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Biden no ha aclarado hasta el momento qué pretende hacer. Su Administración ha negado que el secretario de Estado, Tony Blinken, le comunicara en abril a su contraparte marroquí la intención de mantener el reconocimiento de la soberanía, como publicó la prensa estadounidense, y la embajadora ante la ONU ha pedido que se reanuden las negociaciones políticas con el Frente Polisario para desatascar el conflicto. Pero, de momento, su Administración no ha cambiado los mapas utilizados por el Departamento de Estado y la CIA, que incluyen al Sáhara como parte de Marruecos.

Y por más que Biden quiera preservar los acuerdos de normalización Israel, los riesgos para la credibilidad de EEUU en los foros internacionales son evidentes. Mantener el reconocimiento de un territorio conquistado por la fuerza sentaría un peligroso precedente para un país que sancionó a Rusia por su anexión ilegal de Crimea o invadió Irak en 1991 para revertir la conquista de Kuwait. Mal negocio para un Biden que ha prometido preservar el derecho internacional y reforzar su sistema de gobernanza, algo que tampoco está haciendo en los territorios ocupados palestinos, donde no ha revertido los reconocimientos de Trump a la anexión israelí del Golán sirio o la capitalidad de Jerusalén.