Ayuso tiene novio. Es una de esas noticias que comienza a leer uno de tapadillo, mirando aquí y allá a ver si alguien te observa, resistiéndote a reconocer que pasabas por ahí y que lo de la crónica rosa no va contigo. Pero vas y lo admites. Lo lees con algo de vergüenza porque, claro, aquí venimos a escribir de política y de economía y a veces a discutir las teorías de Krugman y de Max Weber, y lo del novio de Ayuso en Ibiza se antoja cuestión ligera, propia de jorgejavieres y belenestébanes. Y en menos de lo que uno tarda en paladear el primer sorbo de café encapsulado, lo que de verdad te has bebido es la noticia entera y esa imagen de la presidenta agarrando del cuello a su chorbo como Escarlata O’Hara se aferraba al capitán Butler, plantándole un beso de los de fundido a negro y the end. Da igual si se es de izquierdas o de derechas. La fuerza centrífuga del personaje te arrastra hacia alta mar y no hay atracción gravitatoria sobre la Tierra que te devuelva a la orilla hasta que no has leído tres declaraciones de la presidenta y visto un par de vídeos suyos en Youtube.

La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene que estar que lo flipa. Mirarse cada mañana al espejo, saberse foco de burlas y memes, tratada a balazos por la prensa y la oposición, desayunarse a diario con una chanza, ingeniosa o chabacana, sin que se la llegue a tomar del todo en serio, para, acto seguido, en esos últimos segundos antes de salir de casa y despedirse de ella misma -o de su reflejo- , en ese visto y no visto previo a coger las llaves y volar a Ibiza, detenerse a pensar que ha ganado sobradamente unas elecciones, se ha meado en Pedro Sánchez y en Pablo Casado (bueno, y en Gabilondo, el pobre), ha expulsado a Pablo Iglesias de la política, los medios afines la citan como “referente” y “modelo” (el modelo Ayuso) y se ha echado un novio guapote (no guapo, pero sí guapote), con quien se larga a Ibiza y se olvida de la mascarilla porque Madrid es libertad y es España dentro de España.

Ayuso representa el triunfo absoluto de la generalidad, de quien jamás estuvo entre las más brillantes de su clase pero tampoco, imagino, en el pelotón de los torpes, aunque del mote no se salvaba, ese tipo de alumnos de la EGB que te los ves en televisión 25 años después y piensas: “Anda, si es ésta”. No sé ella, pero adivino lo que yo diría frente a ese mismo espejo en idénticas circunstancias: “Olé mi coño moreno”. Eso es empoderamiento y lo demás tontería. Y, sin embargo, no hay lector de Pareto que se atreva a votarla, como tampoco a discutir su éxito arrollador.

Allá en la década de 1980, un profesor de la Facultad de Ciencias de Información de la Complutense se preocupaba de enseñarnos cada mañana las diferencias entre lo importante y lo interesante. Nos obligaba a escribir en un folio a dos columnas la -a nuestro juicio- película más importante y la más interesante; el libro más importante y el más interesante; la obra musical más importante y la más interesante. Y en esa hoja en blanco se entremezclaban con boli Bic en una y otra columna 'Ciudadano Kane' con 'La guerra de las galaxias'; el Quijote con alguna novela de Henry Miller o Bukowski; Beethoven con Siouxsie & the Banshees. Varios días después de cumplimentar el mismo ejercicio, el profesor (Enrique de Aguinaga se llamaba) venía a decirnos que el Periodismo consistía en conjugar ambas columnas, con preferencia sobre lo que habíamos puesto en el lado de lo importante, aunque sin olvidar el interés general, preferencia habitual de no pocos ciudadanos sobre lo que a ojos de la clase política y periodística se considera realmente esencial desde el punto de vista informativo. Así se entiende que lo importante debía servirnos para andar por la vida y ejercer el oficio de periodista y lo interesante para hacer de ésta algo más plácido y llevadero.

Visto con la perspectiva de casi cuatro décadas después, en aquel ejercicio de estudiante los indultos anunciados por Pedro Sánchez a los condenados por el procés aparecerían en una columna y Ayuso y su novio en la otra. Lo importante y lo interesante. Por más que anteponga la concordia a la indignación que en una parte de la sociedad española genera la probable excarcelación de los sentenciados, el asunto amenaza con desplomar la popularidad del presidente del Gobierno. Entretanto, Isabel Díaz Ayuso, que también estaría llamada a hacer cosas importantes, puesto que gobierna, prefiere decantarse por lo interesante, por lo trivial y de andar por casa, las cañas en las terrazas de Ibiza y besar a la madrileña. Es digno de estudio esto: nunca lo importante fracasó ante tanta irrelevancia y jamás en los últimos 40 años se había premiado de tal modo la volatilidad de lo intrascendente. Con la proximidad de ir aparcando las mascarillas, al menos nos quedarán los besos. De lo importante, el principio del fin de la pandemia, ya hablaremos en mejor ocasión.

@jorgefauro