Mientras el PP se propone que Alfonso Fernández Mañueco obtenga una victoria a la madrileña en Castilla y León (sumar más escaños que el resto de formaciones de la izquierda juntas para que una abstención de Vox baste sin mayores exigencias), el partido de Santiago Abascal está decidido a apretar a su competidor de la derecha, y elevar el nivel de exigencia para dar su apoyo, sin descartar la propia entrada en el gobierno autonómico.

Las elecciones del 13 de febrero se miran en clave nacional y arrancarán un ciclo en el que el PP se juega mucho. No sólo por la necesidad de Pablo Casado de acumular victorias en las autonomías que allanen su camino a la Moncloa, sino porque su estrategia política podría saltar por los aires en el caso de que el partido ultra exija empezar a gestionar en coalición. La idea del líder popular siempre ha pasado por evitar gobiernos con Vox hasta que llegaran las elecciones generales. Hay dirigentes del núcleo duro popular que reconocen que el calendario de autonómicas pondrá a prueba esa hoja de ruta.

Por su parte, en la dirección de Vox están decididos a enmendar lo que consideran “errores” del pasado, sobre todo tras las elecciones madrileñas, al considerar que le “regalaron” la abstención a Isabel Díaz Ayuso y que ahora pasan verdaderas dificultades para reivindicarse como alternativa. Incluso en los Presupuestos aprobados el pasado noviembre, cuyo acuerdo anunció Rocío Monasterio en una pretendida escenificación, Vox no pudo capitalizar ningún gran éxito.

Pero, en realidad, son conscientes de que el margen de maniobra se ha ido estrechando hasta hacerlo prácticamente inexistente. El partido se ha diluido a menudo en la Asamblea frente a la popularidad de la presidenta de la Comunidad, que sigue en ascenso. Y por eso, precisamente, Vox ha volcado todas sus energías en desgastar a José Luis Martínez-Almeida, al que se negaron a apoyar en las cuentas públicas de la capital, lanzándole a un acuerdo con una escisión de Más Madrid, la plataforma que creó Manuela Carmena.

Esa irrelevancia y dificultad por exhibir logros políticos en Madrid es lo que empuja ahora a Vox a replantearse sus pasos en las próximas citas electorales. En Andalucía, su fortaleza es indiscutible. Y en Castilla y León, los comicios más inmediatos, la implantación se les había resistido un poco más.

Pero en todas las encuestas ya aparecen en el entorno de los 8 o 10 procuradores (12 o 13% del voto), a pesar de que hasta hace días no habían anunciado a su candidato, que ya ha dado mucho que hablar. Si esos pronósticos se cumplen, su crecimiento sería exponencial (ahora mismo tienen un solo escaño) y estarían en disposición de empezar a gestionar, según explican.

Lo que el partido tiene claro es que rechazará el marco del PP sobre que si Mañueco suma más que la izquierda, Vox está condenado a una abstención. “El apoyo no va a volver a ser gratis”, repiten dirigentes del partido. Los populares mantienen esa confianza dando por hecho que Abascal no se puede permitir votar con la izquierda en contra de un candidato conservador. Todo ello a pesar de que su no a los Presupuestos en la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Madrid son la mejor prueba de que algo ha cambiado.

Con independencia de si el PP necesita a dos o seis procuradores de Vox para investir a Mañueco, el partido ultra está decidido a cambiar la estrategia. Si finalmente entrará o no en el gobierno está en el aire, pero más allá de eso, sí negociarían condiciones y contenidos concretos para visualizar su influencia en el ejecutivo autonómico.

Casado ha decidido arrancar el año electoral dando carpetazo a asuntos que tenía pendientes y que le estaban causando un fuerte desgaste como líder. El más evidente es la crisis abierta con Ayuso, que ahora mismo se ha convertido en el mayor reclamo de sus electores. También los barones territoriales llevaban tiempo insistiendo en que hacía falta terminar con una situación que empezaba a notarse en las encuestas y que no beneficiaba a nadie. Pero costó meses llegar a una imagen de tregua, justo la semana pasada con Teodoro García Egea y la presidenta madrileña paseando juntos.

El abrazo con Antonio Garamendi trata de cerrar la otra cuestión que estaba presionando a la dirección nacional. El conflicto abierto con la CEOE a causa de sus acuerdos con el Gobierno que, por mucho que el PP trata de enmarcar en la “absoluta normalidad”, ha provocado tiranteces públicas y momentos incómodos durante meses. Casado quiere reforzar su perfil en el arranque del año electoral, pero la política de pactos y la relación que mantendrá con Vox sigue siendo la incógnita por resolver.