En dos semanas Alberto Núñez Feijóo será oficialmente el nuevo presidente del PP. La política de pactos con Vox es uno de los grandes asuntos a los que internamente tendrá que hacer frente después de haber evitado asumir el de Castilla y León como propio. Y el juego de equilibrios será complicado porque, a pesar de que la dirección provisional popular y el entorno del futuro líder lo ven como “un acuerdo puntual” que no marcará el resto de movimientos, hay muchos territorios en los que recibieron con cierto alivio el paso dado por Alfonso Fernández Mañueco, convencidos de que habrá réplicas en el próximo ciclo electoral en toda España.

Las miradas están puestas ahora en Andalucía. Las elecciones serán el próximo otoño y aunque Juanma Moreno Bonilla se esfuerza por distanciarse de lo ocurrido hace unos días en la parte norte de la meseta, el desenlace de lo que ocurra en su comunidad será un nuevo punto de inflexión. La cuestión es que otras muchas comunidades y ayuntamientos grandes piensan ya en la cita de autonómicas y municipales de 2023 asumiendo que no serán pocas las plazas en las que el PP gobernará de la mano de los ultras.

“Vamos a tener que gobernar en muchísimos ayuntamientos juntos”, destaca un barón territorial del PP, que también aplaude el discurso de centralidad de Feijóo para el ámbito nacional. Los populares consideran que no es incompatible la ambición del presidente gallego de ensanchar las bases de la formación hacia el centro y aspirar a una mayoría amplia en las elecciones generales con el hecho de que el pacto de Castilla y León abre la vía a futuros entendimientos. 

Es también el punto de vista que tiene la dirección nacional de Vox. Y, por eso, reconocen, ven con buenos ojos la etapa que se abre a partir de ahora tras la mala relación que Santiago Abascal tenía con Pablo Casado. La distancia ideológica ahora es mayor, pero para los ultras ese factor no tiene por qué ser negativo. El reparto de papeles, aseguran, está más claro.

El choque interno dentro del PP, sin embargo, está asegurado. Después de culpar en distintas ocasiones al Partido Socialista por no facilitar la gobernabilidad en Castilla y León y sacudirse de encima las críticas de la familia conservadora europea, —“al PP europeo le gusta la estabilidad institucional, que los partidos de Estado puedan pactar entre sí y, lamentablemente, el PSOE no tiene interés”— Feijóo recalcó que el mandato que tenía Mañueco era “dar estabilidad” a su comunidad sin entrar a valorar que lo hiciera de la mano de los ultras. 

Pero escasos días después dejó un aviso a navegantes encima de la mesa: “Nunca seremos un partido populista. Ese partido populista que nace de forma inmediata al calor de la indignación y el descrédito institucional. A veces es mejor perder un gobierno que ganarlo desde el populismo”. El despiste se hizo notar en algunos sectores del partido, aunque la mayoría lo interpretó como un mensaje contundente de que no renunciará a su proyecto político: el de luchar por una amplia mayoría, que ha conseguido cuatro veces en Galicia, y que no pase por depender del partido de Abascal. 

La cuestión es que esos mismos dirigentes que defienden sus principios también consideran que “Mañueco hizo lo que tenía que hacer” en aras de preservar el gobierno y evitar una repetición electoral que habría sido letal para el PP. Y no sólo eso: hay dirigentes que defienden la legitimación de un pacto con Vox ante el convencimiento de que el partido no tiene otros potenciales socios tras la muerte política de Ciudadanos.

El PSOE puede pactar con todo lo que hay a su izquierda, incluidos los independentistas catalanes y Bildu. Pero el PP sobrepasa la línea roja por pactar con Vox”, dicen con ironía, entendiendo “un paso positivo” el acuerdo alcanzado sin renunciar a seguir creciendo a izquierda y derecha. 

El debate interno sobre la relación con los ultras es “un debate vivo” como reconocen fuentes cercanas al presidente del Comité Organizador del Congreso (COC), que ejerce como mano derecha de Feijóo en este momento. Esteban González Pons ha limitado su discurso crítico contra Vox en los últimos días tras debutar en el cargo hace un par de semanas calificando al partido de Abascal como “extrema derecha”. En su entorno insisten en que no hay rectificación como tal porque el eurodiputado sitúa a Vox junto a sus socios europeos nacionalpopulistas.

La cuestión es que en España el debate está en otra fase y Vox, además, reniega de esa etiqueta. Pero, sobre todo, hay dirigentes del PP que se molestaron tras las palabras de González Pons, que hizo a las puertas de sellar el primer pacto de gobierno en Castilla y León. El PP europeo se encuentra realmente en un debate similar: cómo afrontar la relación con los ultra en cada país. Y dentro de la familia conservadora existen distintas sensibilidades.

Pero, según insisten a este diario un buen número de dirigentes territoriales del PP, las elecciones andaluzas de este año, y las autonómicas y municipales del próximo pondrán negro sobre blanco la necesidad de seguir pactando con Vox en autonomías y consistorios. Como publicó este diario, los acuerdos con el partido de Abascal y, sobre todo, los posibles entendimientos con el Gobierno de Sánchez ante el inédito escenario que deja la guerra en Ucrania harán chocar al líder nacional con dirigentes destacados como Isabel Díaz Ayuso.

La presidenta de la Comunidad consiguió un gobierno en solitario tras el 4-M del pasado año gracias a la contención que hizo de su rival por la derecha. Sin embargo, nunca mostró dudas sobre lo que habría hecho en caso de necesitar a Vox. Hasta el punto de que fue una de las pocas dirigentes que animó a Mañueco a pactar con esta formación en aras de mantener el gobierno, tal y como después ocurrió. Siempre que ha tenido que pronunciarse, también hace unos días con el propio Feijóo en Madrid, ha dejado claro que en su región “no se pacta con el desastre” y que la izquierda es garantía “de un pacto con la miseria”.