Juanma Moreno era moderado antes de que toda España intuyera que lo es. La imagen de serenidad y concordia que con tanto empeño ha construido durante la campaña viene de lejos. No es nueva. Nunca le gustó desafinar. Nunca le gustó gritar. Frente a un estilo concreto que gana cuerpo dentro del PP, encarnado en Isabel Díaz Ayuso, el de este político nacido en Barcelona, pero criado desde que tenía tres meses en Málaga, es lo contrario. El de su compañera madrileña arrasó hace más de un año. El del presidente de la Junta en funciones acaba de arrasar en Andalucía. Dos modelos. Dos victorias, aunque un matiz: una se quedó a un palmo de la mayoría absoluta; otro la ha amarrado.

Moreno tiene 52 años. El pelo se le ve más encanecido, pero está más delgado que cuando tenía 40 y pocos. Además del físico, ha cuidado un estilo político en un contexto poco propicio. Abundan las sobreactuaciones en su negociado, pero él prefiere hablar calmado y parecer cercano. No es de mirar las redes todo el rato, tiene un equipo encargado de eso, pero sí revisa los periódicos y pregunta sobre lo que se dice de él en la televisión y en la radio. Es de los que escucha a quienes sabe que no piensan exactamente como él.

Poco después de asumir la presidencia del PP de Andalucía, febrero-marzo de 2014, le dijeron que tenía que derruir un par de clichés: que los populares no son sólo señoritos bien vestidos con mocasines con borlas y que había que acercarse a los muchos andaluces que habían votado siempre al PSOE por pura inercia, como si no se pudiera votar otra cosa. Le ha costado ocho años lograrlo. Ni siquiera lo consiguió en diciembre de 2018, en las elecciones que le llevaron a gobernar Andalucía, porque su resultado fue paupérrimo. Se dio cuenta de que podía lograrlo siendo ya presidente. El poder ayuda. 

Su trayectoria política está hecha con dos palabras. Hay más, pero las que sustentan su edificio político son, básicamente, diálogo y empatía. Quizá estas cualidades procedan de su origen familiar, en donde convivieron la derecha moderada y el socialismo, allá en los barrios de Alhaurín el Grande y de Málaga en los que se crió. Prácticamente todo lo que es como persona se lo debe a su padre, quien murió poco antes de convertirse en el presidente del PP andaluz; a su madre y a su mujer, Manuela Villena. Pero también a todos los jefes y jefas que ha tenido y tiene, a los que examinó y examina con detenimiento, como esperando su momento.

Celia Villalobos

Moreno fue concejal en el Ayuntamiento de Málaga con Villalobos como alcaldesa. La relación entre ambos fue siempre de respeto, pero fría. Esta época le expuso la importancia de la cercanía. A la vez que pateaba los barrios y se esmeraba en ser como un ciudadano más, durante esta etapa como edil poco a poco fue levantando su primera gran ambición: ser presidente de Nuevas Generaciones en Andalucía. Con esa primera victoria en la mochila se fue al Parlamento autonómico, a un escaño en el que estuvo tres años. 

Soraya Sáenz de Santamaría

Los primeros años del siglo fueron de reciclaje, lo que no le vino del todo mal tras su periplo como presidente de Nuevas Generaciones a escala nacional. Al frente de la organización juvenil del PP tuvo no pocos encontronazos con la plana mayor del partido. Le pusieron en la lista electoral de Cantabria.

Que se interpretara como una afrenta esta patada a un lugar tan lejano de su tierra era lógico. Intentó no desmoralizarse y se trabajó la "tierruca" con ayuda de dos personas esenciales en su trayectoria: Pamela Hoyos y Nacho Díez, quienes, como "gabineteros", no se han separado de él nunca. Entró en el Congreso.

La legislatura de la mayoría absoluta de Aznar le permitió la discreción; también el aprendizaje. La siguiente, años 2004-2008, sería diferente gracias a Soraya Sáenz de Santamaría. La abogada del Estado había aterrizado en la estructura orgánica del partido para llevar la coordinación autonómica y tuvo a Juanma a su lado como responsable de la Política Local. Por entonces, el joven político malagueño ya conocía bien el partido; de hecho, lo conocía muy bien, y eso fue de gran ayuda a la futura vicepresidenta.

Javier Arenas

Es probable que sobre la relación Arenas-Moreno haya interpretaciones que hablan de una relación maestro-alumno. No es exactamante así, aunque la influencia del veterano sevillano en el joven malagueño es innegable.

Arenas ya conocía a Juanma desde que despuntara en Nuevas Generaciones. Hasta hace poco no había nada de lo que ocurriera en el PP andaluz y en el PP nacional que se le escapara al exministro de Trabajo. Tras cuatro años junto a Sáenz de Santamaría, designada nueva portavoz en el Congreso (estamos en 2008), Arenas nombró lugarteniente a Moreno en el área de Política Autonómica. Fue un aprendizaje intenso. El malagueño vivió de cerca las gestiones iniciales del “caso Gürtel” y de cómo el terremoto sacudió al partido en Madrid y en Valencia. 

Al mismo tiempo, Juanma, quien atravesaba su tercera legislatura consecutiva como diputado, aprovechó este tiempo para afinar el conocimiento que tenía del PP, de todo el PP en realidad. Cuentan de esta época que Moreno y su equipo eran casi siempre los últimos en abandonar la sede. 

Ana Mato

Rajoy ganó las elecciones en noviembre de 2011 con mayoría absoluta, pero sin colchón económico para tener una gestión tranquila. La crisis estaba azotando el país con fiereza. Para soportar los sacrificios y el malestar, hizo un Gobierno de personas muy leales. Puso a Ana Mato al frente del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.

Para ayudarle en la gestión de la segunda y tercera patas, la más social, Mato consultó con Arenas la idoneidad de Juanma, a quien conocía bien porque, como se ha dicho, el malagueño vivía en Génova casi tantas horas como la entonces nueva ministra. Coincidieron en que su talante, su facilidad para empatizar y su bis política eran muy convenientes para las relaciones con el tejido asociativo, desde las organizaciones de discapacidad a las entidades de mujeres. 

Moreno fue secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad y coordinó siete direcciones generales, entre ellas la de Dependencia, la de Infancia o la Delegación contra la violencia de género. Fue una época muy dura porque no cesaron los recortes. Su cometido consistió en poner sostén político a una serie de ámbitos que quedaron muy mermados. Esta experiencia de tres años con la gestión pública le ha servido, y de qué forma, para que afrontara la siguiente etapa.

Mariano Rajoy

Se ha escrito poco sobre la influencia que tuvo el entonces jefe de gabinete del presidente, Jorge Moragas, en la designación de Juanma como líder del PP de Andalucía. Convenció al gallego de que era la persona adecuada, por delante de las preferencias de María Dolores de Cospedal y Juan Ignacio Zoido.

En 2014, Moreno viajó al sur para quedarse allí. Pronto tuvo el respaldo total de Rajoy, a quien admiraba y admira. De él ha copiado la moderación y el talante, y sobre todo una certeza: el PP gobernará siempre y cuando sea capaz de aglutinar al electorado no radicalizado. Ubicarse en los extremos es un lastre, pensaba Rajoy. Moreno piensa igual.

Alberto Núñez Feijóo

Cuando Juanma afronta el congreso del PP andaluz que a la postre le encumbraría líder, hace ocho años, ya tiene en el espejo a Alberto Núñez Feijóo, cuyo estilo sin estridencias quiere imitar milimétricamente. 

Al hasta hace poco presidente de la Xunta siempre le cayó bien Moreno, y viceversa, pero es a partir de 2018 cuando empiezan a forjar una amistad muy consistente, hasta el punto de que ambos fueron los muñidores del partido que ha nacido tras la explosión provocada por el apartamiento de Pablo Casado. Hablaron a diario, pergeñaron juntos cada movimiento.

Claro que hay más personas que han influido en la personalidad política del presidente de la Junta y ganador del 19-J. Elías Bendodo, amigo desde que tenían 20 años, es uno de ellos, acaso el más relevante. Y no convendría dejar de lado al actual secretario general del PP madrileño, Alfonso Serrano, un amigo de hace muchos años al que pide consejo a menudo.