Hay un dato en los barómetros mensuales del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en el que no repara casi nadie a pesar de que, si se sigue su evolución desde enero a julio de este año, es un síntoma claro más de los tiempos que circulan ahora por el mapa político español. Preguntan los encuestadores a más de 3.000 ciudadanos qué partido consideran “más cercano a sus propias ideas”. En la última encuesta publicada, la de julio, un 25,4% de los entrevistados respondieron espontáneamente que el PSOE; un 21,9 respondieron que el PP.

Visto así, se trata de una buena noticia para Pedro Sánchez y la renovada dirección de su partido. Pero si se analiza en comparación con las respuestas del barómetro de enero o con las del sondeo de abril, asoma la preocupación. Hace siete meses, el porcentaje de los que sentían al PSOE más próximo a su ideología se ubicó en el 22,8; el de los que se decantaron por el PP se instaló en el 15,3. Hace tres meses, citaron a las siglas socialistas un 25; mencionaron a las siglas populares un 19,1.

En ese 25 está el problema. Es como una línea de frontera en la que habita el PSOE desde la llegada a la presidencia del PP de Alberto Núñez Feijóo, un revulsivo sin ninguna duda. El mandatario gallego lleva ya cuatro meses bajo la lupa del CIS de José Félix Tezanos y básicamente sólo recibe buenas noticias, como la de este parámetro que mide la identificación ideológica de los ciudadanos con los partidos en liza. En casi tres puntos ha mejorado la percepción de los populares desde que el expresidente de la Xunta tomó el mando, mientras que la de los socialistas ha repuntado sólo cuatro décimas tras tres meses petrificado en ese 25.

Esto significa que el PP está penetrando en capas sociales que antes le eran vedadas. El PSOE se ha estancado, sin embargo. Las elecciones andaluzas del 19 de junio corroboraron la tendencia. Después de unos años de gestión sin estridencias, a Juanma Moreno le bastaron una campaña sin siglas y un discurso sin ira para alcanzar la mayoría absoluta, en lo que resultaron fundamentales dos logros: no movilizar a la izquierda y arrebatar a los socialistas más de un 17% de los electores que tuvo en 2018.

Fuentes del equipo de Juanma Moreno contaban durante aquellos días anteriores a los comicios que la apuesta por centrar la figura y el mensaje surgió mucho antes. La operación destinada a derrocar a Pablo Casado y a poner en su lugar a Feijóo fue un acicate. Contaban esas mismas fuentes recientemente que tanto el presidente andaluz como el líder gallego eran conscientes de la importancia de los comicios andaluces, no sólo por la posibilidad real de alcanzar la mayoría absoluta, sino además por la lectura interna (fuera radicalismos) y la sensación social que generaría semejante triunfo. 

Del mismo modo que el descalabro socialista en las elecciones de la Comunidad de Madrid, el 4 de mayo de 2021, provocó una crisis de Gobierno y ciertos cambios en el PSOE, el batacazo andaluz ha generado otro ciclo de reestructuraciones. El problema se desdobla para los socialistas a falta de 10 meses para las elecciones municipales y autonómicas y de 17 (más o menos) para las generales, pues Sánchez ha puesto de manifiesto dos cosas: que no acertó con las teclas que pulsó hace un año y que es consciente de que el margen de error es casi inexistente.

Los discursos recientes del líder socialista denotan su preocupación por la pérdida de rédito. Los relevos hechos en el PSOE delatan su temor. En una legislatura fértil en leyes, algunas muy simbólicas para visiones progresistas como la del “sólo sí es sí” o la de memoria democrática, las transformaciones y las reformas (la laboral es la emblemática) apenas acarician la satisfacción de la ciudadanía. 

En política, los termómetros más fiables son las elecciones, y esos termómetros enseñan que la izquierda está mal. En Madrid, la suma por separado de PSOE, Más Madrid y Podemos ha perdido 45.413 votos (de los 1.541.121 de las urnas puestas en 2019 a los 1.495.708 de las de 2021). En Andalucía, se dejó casi 260.000 papeletas (de las 1.593.283 obtenidas por PSOE y Adelante Andalucía en 2018 a las 1.333.365 obtenidas por PSOE, Por Andalucía y Adelante Andalucía en 2022). Y en Castilla y León, el caudal de votantes de PSOE y Podemos se ha reducido en tres años en 125.110 personas (548.704 en 2019 y 423.594 en 2022).

Lo de Enrique Santiago

A primeros de junio, un diputado de los “morados” próximo a Yolanda Díaz se mostró convencido de que tras las elecciones andaluzas, que serían catastróficas para su espacio, según sus previsiones, se producirá una “catarsis” en la confluencia. Explicaba a este medio que el golpe sería tan duro que necesariamente tendrá lugar una conjura y un toque a rebato. 

El llamamiento, el compromiso por la unidad, tardaría en llegar, vaticinaba, porque en la misma génesis de “Por Andalucía” chocaron las sensibilidades y habría que curar las heridas. Sí, Podemos, IU y Más Andalucía (hermanada con Más País) fueron juntos bajo un mismo paraguas, pero sufrieron mucho. Sufrieron, sobre todo, los que se esforzaron por conseguirlo, entre ellos alguien llamado Enrique Santiago. 

Según la visión de esta fuente, estaba claro que Irene Montero y Ione Belarra remodelarían sus equipos a raíz de aquella aciaga noche en la que el sello de Podemos no se plasmó en el registro de la marca “Por Andalucía”. No obstante, sorprendió que la ministra de Igualdad se desvinculara de de su jefa de gabinete, Amanda Meyer, en la línea de IU Andalucía, antes de los comicios. La impresión generalizada es que lo haría después. Por ello, sorprendió menos que hace cuatro días la ministra de Derechos Sociales se desprendiera de Santiago, hasta entonces secretario de Estado de la Agenda 2030.

La irrupción de 'Sumar', la plataforma de Yolanda Díaz, está tensionando el espacio a la izquierda del PSOE. La titular de la cartera de Trabajo aseguró este domingo en una entrevista en La Ser Galicia que el movimiento que auspicia no llegará a tiempo al proceso electoral autonómico y municipal, previsto para finales de mayo de 2023. Después de varios meses de especulaciones sobre cuándo arrancaría la idea, las palabras de la mandataria gallega suenan de nuevo a aplazamiento y a demora, y por tanto, a incertidumbre. Ella misma ha explicado que su iniciativa no es un proyecto electoral, sino una corriente ciudadana. Tiene que articularse antes de dar el salto, si es que lo da. 

Pero una diputada que conoce bien los entresijos del espacio y de la confluencia, en conversación con este medio, ofrece una versión algo distinta. Tiene que ver con las diferencias de forma y fondo que el equipo de Díaz tiene con la cúpula de Podemos. La formación “morada” está empeñada en manejar y controlar la confección de las listas de los comicios de mayo de 2023. Los procedimientos internos para ello empezarán previsiblemente a comienzos del otoño próximo. Sin lugar a dudas, Díaz quiere evitar el desgaste de las peleas de nombres, y de paso, ahorrarse un probable varapalo electoral más, pues la demoscopia no es por ahora nada amable con Podemos cara a su futura implantación municipal y autonómica. 

Por tanto, y por ahora, no llega la catarsis que pronosticaba la fuente. Hay voces en el espacio que dudan que llegue.

Las alarmas del CIS

Todos los sondeos de las empresas privadas aupaban al PP a la victoria. El CIS no. Hasta hace siete días.

El organismo que preside Tezanos publicó recientemente el último barómetro y estalló la sorpresa: Feijóo ganaría las elecciones con más de un 30% de los votos y casi dos puntos de ventaja sobre el PSOE, que desde el 19-J andaluz no levanta cabeza. El líder gallego ha conseguido en cuatro meses lo que Pablo Casado no logró nunca: vencer a Sánchez. Es demoscopia, sí, pero también es preocupante. Preocupante para el PSOE.

Porque no es sólo la estimación de voto, en donde el PP ha experimentado una notable mejoría. Son las tendencias y las inercias. Cuando Pablo Casado se convirtió en un “cadáver político”, en marzo, sólo un 0,6% de los encuestados por el CIS le prefirió como presidente. Por Feijóo apostaron, un mes después, el 16,4%. Más de 150 días después, apuestan un 20,8. Sánchez sigue siendo el favorito, casi siempre por encima del 20, pero tiene al líder del PP muy cerca.

En el parámetro “voto+simpatía” gana el Partido Popular. Con el 26,3% registrado en julio aventaja al Socialista en dos puntos. Es cierto que el nivel de Sánchez aquí no ha caído prácticamente nada, lo que refuerza la tesis de que el PSOE se ha detenido: no mejora; no sube. En cambio, el PP no hace más que escalar y escalar, y así, regresamos a la pregunta “qué partido considerado más cercano a sus propias ideas”. Sánchez no atrae a otros espectros; parece que Feijóo sí. Además, el grado de desconfianza hacia el secretario general del PSOE es muy alto (para más de un 69% de encuestados en el último barómetro).

Los expertos políticos y demoscópicos a los que consulta la dirección del PP han transmitido que el presidente del Gobierno sólo transmite señales de agotamiento, cuando no de consumición. Un dirigente popular señalaba a este medio hace una semana que las similitudes de la etapa actual con la última de Zapatero empiezan a ser flagrantes. Un barón autonómico de esta misma formación recalca que los sondeos internos certifican que hoy por hoy es una sensación extendida a escala nacional. 

El giro del 13 de julio

En el debate sobre el estado de la Nación, en la primera de sus intervenciones, el presidente afirmó: “Soy plenamente consciente de las dificultades cotidianas de la mayoría de la gente; sé que el salario cada vez da para menos, que cuesta llegar a fin de mes y que la cesta de la compra es más cara; sé que los españoles y las españolas están dejándose la piel (...); sé que la escalada de los precios está haciendo aún más difícil lo que antes ya era difícil —pagar el alquiler o la hipoteca de un piso, tener hijos y cuidarlos, emprender o mantener un negocio y ahorrar para cualquier imprevisto—, y sé que, por culpa de la inflación, muchos de nuestros ciudadanos están teniendo que posponer proyectos futuros que ya llevan mucho tiempo parados. Lo sé y me hago cargo”.

Aunque Díaz se enfadó por no estar al tanto de las nuevas medidas anunciadas, Unidas Podemos y Más País, ERC y EH Bildu, apreciaron un viraje ideológico digno de aplaudir. Llevaban tiempo avisando sus portavoces: si es un Gobierno progresista, sus medidas no lo parecen. Íñigo Errejón, en declaraciones a este medio hace una semana, preguntado por los cambios en el PSOE, reconoció que Sánchez ha dado un giro fundamental para que la izquierda pelee de igual a igual con el PP. Entre los esfuerzos de los de arriba y los esfuerzos de las clases populares, había que optar sin titubeos por lo primero. A su juicio, Sánchez lo ha hecho. Fuentes socialistas hacen hincapié en que éste es el camino

Esta apuesta explica los cambios de nombres hechos en el PSOE. “Había que dar un vuelco ideológico y político; los relevos van en esa dirección”, ahonda una veterana parlamentaria. El portavoz de Unidas Podemos, Pablo Echenique, ha señalado a Europa Press que la prioridad es "redundar" y "abundar" en el "cambio de rumbo" iniciado en el debate.

El rearme de la izquierda es ahora de discurso y empatía, una palabra que Sánchez reitera últimamente con asiduidad. PSOE y Unidas Podemos, pero también Más País, las tres formaciones progresistas estatales o con vocación de serlo, necesitan revulsivos para salir del desánimo y la desmovilización y necesitan una “catarsis”, como decía el diputado progresista, para espantar la amenaza de la descomposición.