Francisco José Garzón tenía 52 años cuando se convirtió en el protagonista involuntario de la mayor tragedia ferroviaria de España desde los años 40. Nueve años después, el maquinista que aquel día conducía el Alvia descarrilado se sigue rompiendo cuando recuerda el momento del siniestro y cuando trata de dirigirse a las víctimas para pedirles perdón. También se indigna al rememorar el trato que le dispensaron las autoridades en las jornadas posteriores al siniestro.

Solo habían transcurrido unos minutos de su declaración en el juicio por el accidente de Angrois y el maquinista se vino abajo por primera vez. Ya le había ocurrido en su comparecencia en el Congreso de los Diputados, en la comisión de investigación constituida —y nunca finalizada— para abordar el asunto. De aquella fue incapaz de continuar y fue un miembro de la mesa el que leyó el texto que llevaba preparado. Hoy, en cambio, pudo completar una declaración de unos 55 minutos, pese a un visible nerviosismo durante varios momentos.

Garzón se quebró cuando su abogado, Manuel Prieto, le evocó la situación en la cabina justo después del descarrilamiento. El maquinista se había quedado encajonado, lesionado y sin posibilidad de salir. Entre lágrimas, pidió "perdón" por no poder continuar, mientras la jueza, Elena Fernández Currás, que el miércoles se mostró inflexible con los letrados, trataba de tranquilizarlo.

Cuando retomó el hilo, el interrogatorio avanzó hasta su situación médica. Sufrió un traumatismo torácico, fractura de tres costillas, neumotórax traumático y un golpe en la cabeza, lesiones que le impedían tumbarse. A los dos días, recibió el alta hospitalaria y lo llevaron al calabozo de la Policía Nacional. Como no podía hacer uso del catre y tampoco le facilitaron una silla, se pasó la noche sentado en el suelo. Garzón remarcó que no se había recuperado como para estar en esas condiciones.

Fue ahí cuando estalló indignado, al atribuir a una decisión política su traslado a dependencias policiales. "Al día siguiente, el ministro del Interior [Jorge Fernández Díaz] iba a dar una rueda de prensa". La magistrada le recombino: "El ministro no detiene a nadie, sería por orden del juez instructor". Pero Garzón insistió: "Tenía tres costillas rotas, no estaba recuperado". El rifirrafe acabó después de que el maquinista afirmase que en aquel momento no estaba en condiciones físicas ni psíquicas para declarar.

Este último punto no es baladí. El Adif y la fiscalía pidieron, al término de la sesión, que las dos declaraciones de Garzón en la fase de instrucción se tengan en cuenta, al apreciar diferencias notables con su testimonio de este jueves. Aquellas primeras comparecencias podrían interpretarse como una suerte de autoimculpación, al admitir supuestamente un "despiste" por encarar la curva a 190 kilómetros por hora. La jueza rechazó la solicitud, que ahora tendrá que resolver la Audiencia Provincial.

Al final de su intervención volvió a romperse. Su abogado introdujo el hecho de que ya en ocasiones anteriores había pedido perdón a las víctimas y cuando quiso tomar la palabra para repetir el mensaje no pudo contener las lágrimas. "Me reitero en que las víctimas me perdonen. Pero fue un accidente, no pude evitarlo", consiguió decir, finalmente. La magistrada eximió a los dos acusados de sentarse en el banquillo una vez que declarasen, por lo que Garzón puede no volver a hacer aparición en la sala hasta los alegatos finales, si así lo decide.