El 9 de octubre de 1982, ETA asesinó a José Jiménez Mayoral, guardia civil y padre de Jorge, que entonces militaba en EIA, organización de la izquierda abertzale. Tuvieron que pasar 39 años para que el responsable de la editorial Alberdania hablara en público de lo que supuso para él aquel mazazo. En 2021 rompió su silencio.

¿Qué le llevó a contar entonces lo que solo sabían sus íntimos?

Fue la suma de dos factores. Por un lado, la declaración de Aiete de Arnaldo Otegi y, por otro, que dos días antes había ido a ver la película Maixabel... Fui como una especie de obligación y me produjo un efecto terrible, absolutamente no calculado e imprevisto que me removió muchas cosas por dentro y pasé unos días espiritualmente muy afectado. Y a eso se le unió el impacto de la declaración de Otegi respecto a las víctimas, que fue decisivo porque me produjo una rebelión interior imposible de controlar. Ese volver a escuchar hablar de las víctimas como de las víctimas de una riada o un terremoto me resultó después de tanto tiempo insoportable.

¿Cómo reaccionó su entorno?

Lo que me sorprendió fue la cantidad de reacciones de personas próximas y, sobre todo, de personas que en algún momento de mi vida habían sido próximas. No tuve ninguna reacción negativa, todas fueron de mucha comprensión, afectuosas e incluso llegué a estar un poquitín desbordado. No preveía yo… De hecho, no preveía nada y publiqué aquella carta porque necesitaba hacerlo, necesitaba quitarme aquella losa de encima y romper el silencio.

Era algo que llevaba dentro desde que ocurrió...

Claro, claro, todos los hechos que tenían que ver con el terrorismo, con víctimas, que tenían que ver con lo que a nosotros nos pasó, me hacían revivir las partes más negativas de esa experiencia. Algunas son terribles, y me hacían sentir una especie de, digamos, cobardía por no haber hecho lo que crees que deberías... Eso es lo más pesado de todo, la permanente sensación de no estar haciendo lo que deberías hacer.

¿Cómo recuerda aquel día de hace ahora justo cuarenta años?

Como una coz de caballo. He intentado explicarlo y nunca lo he conseguido. No pertenece al mundo de lo explicable. Cuando uno recibe esa noticia, todo se desboca, uno sale de la realidad, pasa a estar en otro mundo, en una especie de limbo. Entonces se confunde todo, los datos, las sensaciones, el dolor con la rabia... Todo es una vorágine, pasa mucho tiempo hasta que uno consigue llorar y es el principio de la reacción animalmente sana, ¿no? Pasa tiempo porque uno es expulsado de la realidad, uno está fuera como en otro universo. Todo adquiere una dimensión distinta.

¿Tanto como para llegar a pensar que usted había matado a su padre?

Eso fue una reacción absolutamente vinculada a un comentario, una observación, o cómo decirlo, un requerimiento que me hizo mi madre en el momento en el que llegué a donde estaba ella. Aquellas pocas palabras de “¿a quién apoyáis?” a mí me colocaban en un lugar en el que yo tenía que empezar a pensar o decidir sobre si algunas de las cosas que había pensado no habían tenido, como consecuencia, la muerte de mi padre.

Pero por entonces su organización y usted ya se habían desmarcado de la violencia...

Hacía muy pocas semanas que ETA (pm) había dado su famosa rueda de prensa de disolución. Antes incluso de eso, EIA y Euskadiko Ezkerra ya se habían desmarcado con toda la claridad necesaria de la violencia y el terrorismo. Y entonces, yo personalmente junto a otros muchos habíamos dado ese paso. Pero quedaba una trayectoria muy larga de haber habitado en las entrañas del monstruo. De alguna forma, uno creía, yo pensaba, y sigo pensando, que estaba justificado el hecho de haberme sentido interpelado directamente por mi madre, que ella pudiera pensar: “¿Ves? Pensando lo que tú piensas, mira a dónde se puede llegar”. Es una interpelación hecha no desde la reflexión sino desde el dolor, absolutamente necesaria para mí.

Los que entonces dieron el paso de rechazar las vías violentas se convirtieron en ‘los malos’ para quienes habían sido sus compañeros...

Ya lo éramos, ya lo habíamos sido de una manera muy clara para la izquierda abertzale oficial que nos expulsaba de todos los lugares. Se nos excluía, se nos señalaba, no éramos bien recibidos. Ese acoso era muy claro. A partir del final de ETA (pm) y ya con los pasos muy decididos en favor de la convivencia y de las vías democráticas, nos convertimos, efectivamente, en el peor de los enemigos. De hecho, hay pasajes históricos que algún día alguien rescatará. Hemos sido acusados de cosas inclasificables.

¿Cómo era la convivencia en casa entre usted, militante de la izquierda abertzale, y su padre, capitán de la Guardia Civil?

Ahí solo cabía una posibilidad. Por lo menos, yo solo fui capaz de gestionarlo de una manera, a través de preservar el vínculo afectivo por encima de cualquier otro tipo de consideración. Yo con mi padre y con mi madre obviamente nunca hablaba de nada que tuviera que ver con la política, aunque ellos sabían perfectamente, especialmente mi madre que era muy incisiva, cómo respiraba yo. Pero bueno, teníamos una especie de zona de confort en la que nos sentíamos bien simplemente con la relación como padres e hijo y así mantuvimos la relación. De hecho, tengo que decir que yo no esperaba, no tenía entre mis posibilidades de vida cercana lo que pasó…

¿De verdad no pensaba que podrían matar a su padre en aquella época en la que teníamos tres asesinatos a la semana?

Y de hecho, mi padre, en aquella época, ya pasaba temporadas muy largas -luego supe por qué, no lo supe antes- en Sevilla, donde tenemos una hermana, y venían aquí muy de vez en cuando porque tenían que atender todavía sus responsabilidades. Pero venían, ya digo, muy ocasionalmente. De hecho, lo cazaron así, en un viaje que era difícil de prever. Estaban todos los elementos en la mesa para que yo sospechara y no lo hice, supongo, porque uno, en esos momentos, en esas épocas, tiene una especie de capa de protección. Es decir, seguramente, fue por autoprotección.

¿Supuso algún estigma para usted ser hijo de guardia civil? En aquellos años el Cuerpo no despertaba precisamente simpatías...

Efectivamente. Sin embargo, yo tengo que decir que, aunque en mi entorno era conocido perfectamente y desde hacía mucho tiempo quién era mi padre y quién era yo, yo directamente nunca había sentido, digamos, ningún tipo de rechazo vinculado a eso.

¿Qué sentimiento le inspiran los asesinos de su padre?

No lo puedo calificar con una sola palabra. A veces es desprecio, pero me esfuerzo por no perder de vista que también son seres humanos que tienen y que han tenido su texto y su contexto. Es decir, que me parece odioso el acto que cometieron y estaría, hubiera estado dispuesto a escuchar lo que tuvieran que decir, pero bueno, en principio no quiero convertirlos en mis enemigos.

Uno de ellos, el que sigue con vida (que no fue el que disparó), es Jesús María Zabarte, que a día de hoy sigue diciendo que sus víctimas no le quitan el sueño...

Zabarte me parece que es precisamente la antítesis de lo que humanamente cabe esperar de una persona que esté en su sano juicio y en sus cabales morales. Es decir, la actitud de la gente como Zabarte me parece que es precisamente lo contrario de la empatía y lo contrario de la humanidad. Es un punto de vista absolutamente autoenvilecedor, se envilece a sí mismo quien piensa y dice eso.

Usted pertenece al mundo de la cultura euskaldun, donde ha habido grandes silencios (por decirlo suave) respecto a la violencia...

Sí, eso es así. Mirándolo en conjunto y mirándolo en cuanto a sus componentes mayoritarios, eso era así. Ahora bien, tampoco el monolitismo era tal. Yo creo que conviene recordar que, dos años antes de la muerte en 1980 de mi padre, se produjo el famoso manifiesto de los 33. Quiero recordar que entre los 33 había personalidades muy relevantes de la cultura vasca y del euskera. A la cabeza estaba Koldo Mitxelena, estaba Julio Caro Baroja. Gente muy muy importante en la cultura tuvo un posicionamiento. Estaban Eduardo Chillida, Xabier Lete, Gregorio Monreal, Julián Ajuriaguerra, Agustín Ibarrola, Martín Ugalde, gente que era realmente referencial. Luego, posteriormente, en el año 2000, 20 años después de ese manifiesto, yo estuve muy implicado en la redacción y firma de otro que se llamaba Ixiltasuna ez da aterpe-El silencio no es cobijo, que recogió ni más ni menos que 140 firmas de la cultura, fundamentalmente de la cultura del euskera, de la literatura.

Firmas con mucho mérito, pero al repasar la lista, se echan en falta muchos nombres. Hubo quien prefirió no firmar.

Incluso gente que se puso claramente en contra. No hubo grandes movimientos en público, pero hubo gente que se posicionó en contra. También entre esas dos épocas, se produjo un movimiento terriblemente importante que a menudo fue orillado, que fue la reacción a las amenazas al cantante Imanol, con aquel polideportivo abarrotado de gente en el concierto en contra de todo aquello. Es decir, lo que tú dices es cierto, hubo gente que clamorosamente faltaba, gente que decidió vestirse de paisaje, ponerse el traje de camuflaje y pasar de todo… ellos sabrán. Yo creo que ese tipo de actitudes han hecho y siguen haciendo daño, porque siguen presentes.

Sí, muy presentes, por desgracia...

En esto, si te das cuenta, hay una prisa terrible de algunos de pasar página, que no se hable de esto, que no se recuerden estas cosas. Esas prisas son muy corrientes en la esfera de la cultura en euskera, la gente que incluso se agobia cuando oye hablar de estas cosas, que les parece improcedente, para qué vas a hablar, vas a remover cosas… Todo eso son síntomas. Necesitaremos tiempo y necesitarán tiempo los que no se han posicionado claramente en contra de la barbarie, necesitarán tiempo para procesar su actitud.

¿Y cuánto tiempo será necesario?

Yo lo que quiero pensar es que cada vez, sobre todo por parte de la gente que no se ha posicionado contra la violencia y de la gente que tiende a comprenderla o justificarla de alguna manera, yo veo que cada vez más en esa parcela aparecen, ¿cómo decirlo?, grietas. Es decir, el acercamiento, el reconocimiento de las víctimas y de la gente que padeció la violencia terrorista como seres humanos y como conciudadanos, al margen de las opiniones políticas de cada cual, es un proceso que requiere madurez personal y política. Y en este momento yo creo que, por una parte, por lo menos, por la izquierda abertzale oficial, no se está en esa posición todavía.

¿Y lo estará?

Yo creo que es muy necesario hacer un esfuerzo de empatía en todas las direcciones. Teniendo ciertas cosas muy claras: que nada puede velar o suavizar el rechazo a los actos de terror y ni siquiera las víctimas producidas por los abusos policiales, por el terrorismo de Estado, por otras violencias; el hecho, la existencia de esas víctimas, tampoco puede restar un ápice de fuerza a la condena del terrorismo de ETA. Teniendo eso muy claro y teniendo claro que víctimas son todas las que han padecido un tipo u otro de violencia, poco a poco, y con el tiempo mediante, podremos llegar a una situación de sanación mutua.