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Aniversario

28-O: La larga marcha de Felipe a la mayor victoria de la democracia

Cuarenta años después, todavía no se ha repetido un fenómeno parecido

Felipe González y Alfonso Guerra la noche de la victoria del PSOE el 28 de octubre de 1982. EP

El 28 de octubre del 82, Felipe González esperó la confirmación. El PSOE había ganado las terceras elecciones con, no solo mayoría absoluta, sino con 202 escaños. Algo más de 10 millones de votos, el 48,1% del total. Casi uno de cada dos votantes. Cuarenta años después, todavía no se ha repetido un fenómeno parecido.

Fue una noche histórica. La izquierda llegaba al poder y los socialistas tenían una muy cómoda mayoría. Y para Felipe era la meta de una larga marcha iniciada hacía muchos años (en los sesenta) en plena clandestinidad. Para el PSOE -al que la derecha y los prepotentes comunistas tanto habían despreciado- una revancha.

También fue histórica porque el PSOE en la República nunca tuvo tanto apoyo y los presidentes socialistas -Francisco Largo Caballero y Juan Negrín- lo fueron ya en la guerra civil. Pero aquel 28-0 nadie pensaba ni en la República ni en el pasado. El futuro era de un PSOE joven -que se había enfrentado al del exilio- y la apuesta era por una socialdemocracia española a la europea en una monarquía constitucional.

La primera victoria

Pero el 82 no fue fruto de un día. Felipe González ya tuvo una primera victoria cuando el destape democrático, las primeras elecciones del 77. Ganó la Unión de Centro Democrático ( UCD) -una coalición de pragmáticos del franquismo que habían enterrado la dictadura y de políticos moderados de la oposición- con el 34% de los votos y 165 diputados, pero el PSOE había barrido a todos los otros partidos con el 29% de los votos y 118 escaños. El mítico PCE de Santiago Carrillo se quedó, pese al eurocomunismo que lo desmarcaba de la URSS, en el 9,3% de los votos y 20 diputados. La batalla por la hegemonía de la izquierda había acabado.

Las razones del resultado del 77 fueron varias. Una, el carisma de Felipe González que, con sus americanas de pana -cuando ya no era el Isidoro clandestino-, había conquistado el liderazgo del socialismo del interior. Otra, el gran apoyo del socialismo europeo, patente en la participación de Willy Brandt y François Mitterrand en el primer congreso del PSOE en el interior en 1976. Yendo al fondo, al empeño del SPD alemán, de Hans Matthofer, diputado por Frankfort que viajaba mucho a España y que apostó por el PSOE del interior y por Felipe González, al que definió como pragmático frente a los “carcamales” del exilio.

El socialismo catalán

 Por último, se debió también a que Felipe González y Alfonso Guerra hicieron un intenso trabajo para integrar a muchos grupos socialistas que, durante el franquismo, habían nacido dispersos. Existía incluso una Federación de Partidos Socialistas (formaba parte la Convergencia Socialista de Madrid) con los que fueron negociando uno a uno. Pero lo más emblemático -mostró gran pragmatismo- fue el difícil acuerdo con el socialismo catalán de Joan Reventós, que ya había fundado el PSC. El PSOE se presentó en coalición con el PSC como “Socialistas de Catalunya”. Y con 15 diputados ganaron al PSUC y a Jordi Pujol.

Luego vino la elaboración de la Constitución del 78 que fue posible por un pacto muy amplio que iba de media AP (la de Manuel Fraga y no la de José María Aznar), a la UCD, el PSOE, el PCE, la Minoría Catalana (Jordi Pujol y Miquel Roca) y casi el PNV. Y el PSOE continuó ampliando su base al integrar al PSP del profesor Enrique Tierno Galván que en el 77 sacó 6 escaños y que durante el franquismo disputó al PSOE la marca socialista.

Decepción en el 79

Pero los resultados de las segundas elecciones, las de marzo del 79, fueron inferiores a lo esperado. Pese a la integración de Tierno, el PSOE solo subió un 1% y tres diputados, los mismos que la UCD, que mantuvo su 34%. Suarez había sido más resiliente de lo esperado. ¿Por qué? Para Felipe, porque el PSOE no había acabado de salir de su zona de confort. En 1959 el SPD, bajo la dirección de Brandt y para ampliar su espacio, abjuró en el famoso congreso de Bad-Godesberg, de la doctrina marxista y a ser solo un partido obrero. Había que hacer como los alemanes y en el congreso de mayo del 79 -confortado por la victoria en las municipales de Tierno Galván en Madrid y Narcís Serra en Barcelona- Felipe propuso que el PSOE renunciara al marxismo. Pero fue derrotado por una conjunción de enemigos de la herejía y Felipe, en medio de la sorpresa y la consternación general, dimitió y se fue a su casa.

Pero el PSOE necesitaba a Felipe y en el congreso extraordinario de septiembre del mismo año Felipe, acompañado de Guerra no ya como secretario de organización sino como vicesecretario general, volvió por la puerta grande. La dimisión por coherencia con sus ideas y su retorno triunfal engrandecieron su imagen como un político tan socialista como firme y moderado. El partido no se le subió a las barbas y el tándem Felipe-Guerra aumentó su control. Frente a una UCD de diversos clanes y familias… tenían menos curriculum y experiencia, pero más unidad.

Moción de censura y dimisión

 Luego, en mayo del 80 y con una UCD cada día más dividida, el PSOE presentó una moción de censura a Adolfo Suarez. No la ganó (no podía hacerlo), pero Felipe si aumentó su imagen de posible presidente. Y Ernest Lluch hablando en nombre del socialismo catalán, que tenía grupo propio, y Carlos Solchaga, de los vascos, dieron credibilidad. Por el contrario, Adolfo Suárez, que no era buen parlamentario y cada vez más criticado por la derecha de UCD, quedó tocado.

En febrero del 81, Suárez -presionado por la derecha y algún poder fáctico- dimitió como presidente con la enigmática frase de “para que la democracia no sea solo un paréntesis en la historia de España”, luego vino el mal sueño del golpe de Tejero del 23-F y Leopoldo Calvo Sotelo, un conservador templado, fue investido presidente. Pero la UCD ya era una olla de grillos y Calvo Sotelo supo que no tenía futuro (el democristiano Landelino Lavilla se postulaba como salvador) y decidió hacer lo que creía adecuado, pedir el ingreso en la OTAN.

Fue una decisión valiente y -luego se ha visto- correcta, pero impopular porque en España había mucho antiamericanismo por el apoyo muy reciente a la dictadura. Y Felipe y el PSOE decidieron liderar y capitalizar la campaña contra la OTAN. ¿Se equivocaron? Creo que Felipe piensa hoy que sí, pero Gregorio Morán, agudo historiador del PCE y biógrafo de Suárez, cree que fue la estocada mortal a Santiago Carrillo, al que quitaron una posible bandera. Y en las siguientes elecciones el PCE obtuvo solo 4 escaños.

Pero la derecha, con más instinto que proyecto, quería mandar. Adolfo Suárez se fue de UCD y Calvo Sotelo ya había cumplido su función. El país anhelaba cambio y a la vez estabilidad porque la sacudida por el golpe de Estado -y el juicio subsiguiente a los golpistas- había sido muy fuerte. Y Felipe, tras agradar a toda la izquierda con la campaña de la OTAN, hizo ahora un guiño al centro al pactar con el pequeño Partido de Acción Democrática (PAD) de Francisco Fernández Ordoñez, que había sido ministro de Hacienda de Suárez e hizo la reforma fiscal.

Así llegó a la campaña del 82, con la UCD dividida y debilitada, la AP de Fraga cosechando votos en la derecha y Felipe González como candidato garante del cambio tranquilo a la europea. Condensó su mensaje electoral en una frase suave pero contundente: “para que España funcione”. Felipe siempre formula bien sus ideas con frases que dicen más de lo que parece. 

 Y la mitad de los españoles le creyeron. El PSOE sacó 202 diputados, la derecha de Fraga subió mucho, pero con el 26% se quedó 22 puntos por debajo de los socialistas y los restos de la UCD, con Lavilla al frente, sacaron el 6,7% y 11 escaños. Suárez, en horas bajas, sufrió una catástrofe, el 2,8% y 2 diputados. Fue una amarga derrota para una derecha incapaz de ser un partido europeo como el CDU alemán o los “gaullistas” franceses.

España, bajo Felipe, inició una nueva etapa con Alfonso Guerra en la vicepresidencia para todo y su otro amigo, Miguel Boyer, un social-liberal, al mando de la economía. Un triángulo tan brillante como complicado que acabó en la soledad de Felipe.

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