El drama de la inmigración
De la playa a la tumba: el cementerio de los migrantes nadadores ahogados en Ceuta

Saíd Mohamed, responsable del cementerio Sidi Embarek, ante la tumba de un migrante nadador ahogado. / José Luis Roca
Mirando al Mediterráneo, en la falda de un cerro empinado, se entierra a los musulmanes de Ceuta. Sus tumbas encaladas ascienden en apretadas filas blancas desde una carretera hasta el alminar de la mezquita de Sidi Embarek, administradora religiosa del cementerio. En ese lugar van ya este año medio centenar de inhumaciones sin nombre. Son los migrantes nadadores que, tras fracasar en su empeño, devuelve el mar.
Como ocurría con el fenómeno de las pateras en sus inicios, no hay recuentos oficiales. Se sabe cuánta gente ha conseguido entrar (más de 2.000 en lo que va de año), pero no cuánta ha fracasado, porque los que perecen en el intento pueden llegar ya muertos a la playa del Tarajal, pero también a las playas de Marruecos, o, según sean las corrientes, a ninguna playa.

José Luis Roca
Durante el fin de semana de tensión del pasado 15, mientras gendarmes y migrantes corrían por las calles de Castillejos, el mar devolvía el cuerpo de un joven ya en muy avanzado estado de descomposición. Es el último nadador muerto en arribar a Sidi Embarek, el único que llegó a la playa del Tarajal en esa jornada de algaradas, y aún espera tierra. El cementerio es el lugar en el que hay un recuento más fiable de la letalidad de esta ruta migratoria, de apenas 7 kilómetros de largo: en lo que va de año son entre 45 y 50 los nadadores sin nombre enterrados. Fuentes policiales de Ceuta creen que el número de desaparecidos en 2024, contando los que los marroquís recogen en sus playas, estaría ya en 90.
Último destino
La muerte acecha entre corrientes y mareas. Saíd Mohamed, responsable del cementerio, comenta con tristeza la afluencia de nadadores a su negociado cuando pasa junto a las dos últimas tumbas anónimas que han tapado con tierra. Son la 5.013 y la 5.014. Solo llevan el guarismo como identificación, y nada más de construcción: “las tumbas de personas no identificadas no se edifican”, explica Saíd. El día 7 de septiembre llegaron los cuerpos hasta el pequeño tanatorio que el cementerio tiene en su área histórica, en una cuidada explanada de césped, junto al apacible morabito donde descansa, acostado hacia poniente, Sidi Mbarek, el hombre piadoso al que dedicaron la mezquita y el cementerio.
“Eran muchachos jóvenes, no se sabe más”, dice Saíd mirando los montículos de tierra y chinas que tapan las dos tumbas. En la morgue ha quedado una muestra de ADN por si fuera necesaria en el futuro para su identificación.

Las tumbas de las personas que no se consigue identificar no se edifican. Solo tienen un número en la tierra. / El Periódico
Los muertos sin nombre que trae el mar reciben el mismo tratamiento que los ricos que fallecen de viejos en el hospital: en el tanatorio, sobre una mesa con desagüe, “los lavan despacio, los preparan, les rezan una oración fúnebre, les ponen una mortaja y se les trae para acá…”, explica Saíd. El ahogado hace su último viaje en unas andas sobrias, de madera pintada, que son las mismas en las que se cargan a pie el resto de cadáveres.
Ruta letal
Dos hombres viejos recitan aleyas del Corán entre las tumbas. El eco de la recitación de la sura Al Fatiha, su "Bismilláh rahman rahim…" (En el nombre de Dios, el compasivo, el misericordioso...) se sobrepone al eco del tráfico que llega de la carretera. El mar se ve apacible desde el cerro aterrazado, pero Saíd sabe de su peligro: “Las mareas son muy malas”.
Han contado a EL PERIÓDICO cinco migrantes nadadores que tan importante como llevar un flotador es conocer las mareas. En Ceuta la gente de mar sabe cuánto cambia los días de Levante y los días de Poniente, las horas de mar alta y las de baja. Un amigo de Said salió a pescar con un bote neumático, no pudo vencer a la corriente… y desapareció tres días.
“No sabíamos nada de él, hasta que apareció en Alhucemas”, recuerda. Lo peor de la travesía eran las noches con la mar crecida, según le contó: “Cuando las olas me tiraban de la barca se me paraba el corazón, me sentía morir, pensaba que me comería alguna bestia…”, le contó el amigo.

Un religioso recita el Corán junto a una tumba del cementerio de Sidi Embarek de Ceuta. / José Luis Roca
Los vídeos de redes sociales, jóvenes marroquís con el pelo aún mojado haciendo gestos de triunfo al llegar a suelo español, no cuentan lo oscuro, la angustia y el peligro mortal de nadar entre la niebla, en noches sin luna, al borde de la hipotermia, guiándose por las luces del paseo marítimo, acaso dejando que la corriente lleve al nadador a mucha distancia de donde pretendía tocar tierra.
Red de búsqueda
Saíd se detiene en una agrupación de tumbas, una junto a otra hasta sumar siete. Son de los primeros migrantes ahogados, miembros de un desgraciado grupo que se echó al mar en los 90.
Solo una de las tumbas tiene cerco de ladrillo y remate, en un blanco inmaculado. Es señal de que se pudo averiguar quién la ocupa y la familia puso unos ladrillos en el enterramiento. En este caso es un muchacho marroquí. Un hermano mayor emigró y está en Noruega; trabaja de periodista. Triangulando datos pudo confirmarle la identidad a la madre, que también emigró y trabaja en Barcelona.

Ceremonia fúnebre por una vecina ceutí en el cementerio de Sidi Embarek. / José Luis Roca
“Cuando las familias se enteran por fin de dónde está el hijo, descansan; sigue su dolor, pero descansan… “, reflexiona Saíd.
Una discreta e improvisada red de búsqueda funciona entre uno y otro lado de la frontera. Un chico que intentó nadar hacia Ceuta desaparece, no se sabe de él, no ha llamado a la familia para comunicar su llegada… y padres y hermanos empiezan su búsqueda precisamente por el cementerio de Sidi Embarek. Si no hay llamada, hay que temerse lo peor.
“A veces las madres que buscan encuentran”, cuenta Saíd. Terrazas abajo, en una cuidada tumba de las nuevas, yace un nadador tunecino. Su madre dio con él desde Túnez gracias a una cadena boca a boca, con ayuda de un amigo francés. Ataron hilos: la fecha en que él dejó de llamar a casa coincide con la aparición del cadáver que contó la prensa ceutí. Y así dieron con su tumba, que ya no es anónima.
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