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Policía infiltrado: cuando Aznar mandó espiar a Pablo Iglesias, "ese peligroso líder antisistema"

El periodista Daniel Campos relata en un libro las peripecias de un agente camuflado en los movimientos antisistema que protestaban contra la globalización en la España del año 2000, y que ya entonces lideraba el fundador de Podemos

Un joven Pablo Iglesias se enfrenta a los antidisturbios en una concentración en el barrio de Lavapiés

Un joven Pablo Iglesias se enfrenta a los antidisturbios en una concentración en el barrio de Lavapiés / EFE

Juan Fernández

A principios de la década del 2000, entre los servicios policiales de muchos países cundió la alarma ante el vuelo que estaba cogiendo un movimiento juvenil de carácter contestatario que se declaraba contrario a la globalización y que había logrado hitos como bloquear la ciudad norteamericana de Seattle en plena cumbre de la Organización Mundial del Comercio en septiembre de 1999, o tomar Praga al asalto meses después para alzar su voz contra la reunión que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial celebraban en la capital checa. ¿Quiénes eran esos furiosos jóvenes antisistema? ¿Hasta qué punto estaban organizados? ¿Eran una amenaza real para el orden establecido?

En España, los responsables policiales participaron de esta preocupación, a la que añadían algunos factores locales, como la fortaleza que en Madrid y Barcelona seguía manteniendo el 'movimiento okupa', que compartía discurso y estrategia con los antiglobalización, o el músculo que en el País Vasco mostraba la 'kale borroka', fuente de inspiración para quienes defendían que incendiar calles era una vía óptima para hacer política. 

En aquel contexto, el entonces secretario de estado de Seguridad Pedro Morenés -a las órdenes de Jaime Mayor Oreja, ministro del Interior del primer Gobierno de Aznar-, entendió que había que conocer de cerca y por dentro a esos grupos radicales de extrema izquierda que empezaban a hacer tanto ruido, pero cuyo peligro no alcanzaban a calibrar, y ordenó infiltrar un espía entre sus filas. El elegido fue Alfonso, un agente recién salido de la academia de la Policía Nacional de Ávila que destacaba por su arrojo y don de gentes.

Peripecias

Alfonso es el protagonista de ‘Guerrilla Lavapiés’ (Península), el libro en el que el periodista Daniel Campos relata las peripecias del agente que más y mejor información aportó a las fuerzas de seguridad sobre los movimientos antisistema españoles de principios del siglo. Su principal campo de acción fue el barrio madrileño que da título al libro, donde estos grupos se movían con mayor libertad y sus líderes se reunían con más asiduidad para organizar sus acciones.

Precisamente, fue en 'El Laboratorio', mítica 'casa okupa' situada en el corazón de Lavapiés, donde Alfonso, ahora bajo la falsa identidad de David García Martín, llevó a cabo su primera intervención, consistente en agarrar la escoba que le pasó el joven okupa con rastas rubias que, al verle aparecer despistado, le soltó: “¿Quieres ayudar? Pues toma y barre”.

Portada del libro 'Guerrilla Lavapiés', de Daniel Campos

Portada del libro 'Guerrilla Lavapiés', de Daniel Campos / REDACCIÓN

Durante los siguientes meses, Alfonso/David consiguió granjearse la confianza de aquellos veinteañeros como él, aunque con ideas sobre el respeto a la autoridad muy distintas a la suyas. Les acompañó a las manifestaciones que convocaban, compartió con ellos largas veladas de cerveza, porros y calimocho, y se hizo fijo en las asambleas donde hablaban de política y planificaban sus movimientos, en las que no tardó en identificar a un activista que destacaba sobre todos los demás. Se llamaba Pablo Manuel Iglesias Turrión. 

Faltaban 14 años para que aquel joven con coleta, pendientes y un piercing en una ceja que acababa de terminar Derecho fundara el partido que puso patas arriba la política española, y 20 para que recogiera de manos del Rey el maletín de vicepresidente del Gobierno, pero el agente infiltrado detectó rápidamente su madera de líder. Así lo comunicó a sus jefes en sus informes, donde lo describía como “ambicioso, carismático, astuto, manipulador nato” y con una marcada tendencia a “rodearse de jóvenes maleables”.

Alfonso/David simuló ser uno más y logró trabar una relación tan estrecha con Iglesias que este llegó a presentarle en una asamblea como “nuestro héroe” tras verle actuar en una manifestación y le plantó un beso en los labios delante de toda la audiencia como quien unge a su pupilo más aventajado.

En clases impartidas por el futuro político, el policía encubierto aprendió técnicas de resistencia a las cargas policiales –que practicaban, precisamente, sus compañeros de academia- y de su boca conoció las acciones que tenían previsto perpetrar en junio de 2001 en Barcelona para reventar la reunión que iba a celebrar el Banco Mundial -finalmente cancelada ante el temor a las manifestaciones-, y días después en Génova ante la cumbre del G8, una información que agradeció encarecidamente la policía italiana. 

Informes

El agente encubierto se convirtió para la Policía en “la gallina de los huevos de oro” –así, según le contó el espía a Campos, se referían a sus informes en el instituto armado-, pero los huevos los ponía Pablo Iglesias, el “peligroso líder antisistema” al que pidieron que se pegara como una lapa.

El suyo no fue el único nombre ilustre sobre el que Alfonso/David reportó. En las asambleas, a veces aparecían rostros del cine como Willy Toledo, Alberto San Juan y María Barranco, sobre los que dio parte. También informó de un tal Íñigo Errejón, un "simpático activista barbilampiño" al que algunos llamaban “Marisol” por su pelo rubio y su rostro angelical, y a quien Iglesias elogió en una reunión por haber pateado en una manifestación a Francisco Frutos, secretario general del Partido Comunista de España.

Como en las películas de acción, el relato de Campos, que bien podría ser la trama de una serie, empieza por el final de esta historia, cuando David termina su operación de espionaje, vuelve a ser el policía Alfonso, solicita reincorporarase al cuerpo de antidisturbios y le mandan controlar una manifestación en Lavapiés, donde sus antiguos compañeros de pancarta y asamblea le reconocieron.

Iglesias volvió a encontrárselo en 2015, siendo ya diputado, cuando estrechó su mano, sin saberlo, en el acto oficial de bienvenida a los agentes españoles que habían fallecido en un atentado en Afganistán. 

El fundador de Podemos pidió a Campos un ejemplar del libro, pero a día de hoy no le ha dado su opinión sobre su contenido. “Seguro que hay partes que no le gustan, pero en el fondo creo que sentirá un ataque de nostalgia al recordar aquellos años”, valora el periodista, que acabó conociendo en profundidad al agente infiltrado a raíz de los encuentros que mantuvieron para construir la narración -"tiene carisma, es fácil que lograra ganarse a aquel grupo de jóvenes", dice de él-, y se atreve a enjuiciar, con la perspectiva que da el tiempo, el sentido de aquella operación de espionaje policial. “Las fuerzas de seguridad no sabían quiénes eran y es lógico que quisieran tenerles controlados desde dentro. Pero lo cierto es que no eran tan peligrosos como temían. Por eso, el operativo no se alargó en el tiempo”, concluye.

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