En la penumbra de la biblioteca papal, Juan Pablo II le leyó ayer la cartilla a George Bush por haber emprendido una guerra que el anciano papa intentó evitar. "Quien la desate deberá responder de ello ante Dios y ante la historia", había exclamado.

Irak es sólo uno de los temas que ha provocado altibajos en las relaciones entre la Santa Sede y Estados Unidos. Necesitaron más de cien años para encontrarse, por la obsesión estadounidense de mantener el Estado separado de todas las iglesias. Para no parecer sumiso, el católico John Kennedy no se arrodilló ante el Papa en 1963.

La sesión del Senado en la que se aprobó el presupuesto para una embajada ante la Santa Sede (1983) estuvo "abarrotada" y fue "polémica", según escribieron los cronistas, y la decisión fue recurrida ante el Supremo. Hasta finales del siglo XX, las relaciones entre ambos fueron administradas por enviados especiales y encargados de negocios, a veces, sin un sueldo oficial. Eso, oficialmente.

Pequeñas colaboraciones

En realidad, entre el papa y los presidentes estadounidenses se estableció, desde casi el principio, una estrecha colaboración. Un diplomático de EEUU escribió sobre el "valor" que en el siglo XIX tenía la capital de los Estados Pontificios: "Roma ofrecía informaciones preciosas; era una excelente antena de escucha sobre toda Europa".

A veces, la colaboración consistía en pequeños detalles, pero otras fueron más sonadas. Como la filtración a EEUU de algunos planes bélicos japoneses desde la nunciatura apostólica de Tokio. O el consejo de retirar unos misiles de Turquía que Juan XXIII dio a Kennedy durante la crisis de Cuba (1962), como salida honrosa para el soviético Nikita Kruschov.

En la segunda guerra mundial, que enfrentó Italia y EEUU, Harold H. Tittman, encargado de negocios ante el Vaticano, se fue a vivir al Estado pontificio. En 1948, 1953 y 1958 Estados Unidos inundó Italia de comida para evitar una victoria electoral de los comunistas.

El punto álgido de las buenas relaciones fue durante la presidencia de Ronald Reagan. William Clark, consejero para la Seguridad Nacional, escribió que Reagan y el Papa compartían "intenciones espirituales y puntos de vista sobre el imperio soviético: derecho y justicia triunfarían al final en el plan divino". Agentes de la CIA, sindicalistas de AFL-CIO y católicos llegados de Roma facilitaron desde fotocopiadoras y faxes hasta consejos estratégicos al sindicato Solidaridad. "El Papa es una aliado formidable", declaró incautamente Reagan en una entrevista.

A pesar de la irregular pero intensa colaboración, los dos estados aún divergen en la pena capital, el desarrollo de los países pobres, el control de la natalidad, el medio ambiente y el embargo contra Cuba.