Jeremy Hinzman se hubiera conformado con que el Ejército le empleara "como cocinero, enfermero, conductor de camiones o administrador". Pero las esperanzas de este joven estadounidense de 26 años, a quién repelía la idea de matar y que se enroló en el 2001 para poder pagarse una educación, se frustraron pronto. Primero fue enviado a Afganistán, después se le negó el estatus de objetor de conciencia y, por último, fue destinado a Irak. Ésta fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Hinzman desertó a Canadá, donde ahora se ha convertido en un símbolo contra lo que considera una "guerra criminal".

"Yo me enrolé para defender a mi país de todos sus enemigos, extranjeros y nacionales, no para llevar a cabo actos de agresión", explicó, tras desertar a comienzos de año. Faltaban pocas semanas para que su unidad, la 82ª División Aerotransportada, con base en Fort Bragg (Carolina del Norte), viajase a Irak. Para entonces, su conciencia y sus creencias, cualesquiera que fueran, le decían que no podía servir como soldado en ese país, porque todos los árabes eran considerados "terroristas" y "salvajes".

Hinzman temía cometer crímenes de guerra. "Cualquier acto de violencia en un conflicto injustificado es una atrocidad", explicó esta semana ante el Consejo de Inmigración y Refugiados de Canadá, que debe decidir si le concede el asilo que ha solicitado para él, para su mujer vietnamita, Nga Nguyen, y para su hijo de dos años.

Matar deliberadamente

Sus temores eran justificados, en vista de las afirmaciones del sargento de marines Jimmy Massey, quien testificó en su apoyo ante el consejo. "Yo sé que hemos matado a civiles deliberadamente", declaró el pasado martes, al describir la matanza en Bagdad de al menos 30 civiles iraquís en un plazo de 48 horas, tras la invasión de marzo del 2003. Massey vio como "muchos marines se convertían en psicópatas y disfrutaban matando".

Ello no es de extrañar, en vista de las consignas que recibieron los soldados durante su entrenamiento, descrito con todo lujo de detalles por Hinzman. "Nos hacían correr cantando: ´¿Qué hace crecer la hierba? ¡sangre, sangre, sangre roja brillante!´, y ´¡Nos entrenan para matar, mataremos!´. Recuerdo haberme quedado ronco de tanto gritar estas consignas", explicó el soldado.

El ejemplo de Vietnam

La decisión de las autoridades canadienses de Inmigración, que no se conocerá hasta finales de enero, influirá también sobre la suerte de otros cinco soldados estadounidenses más que han cruzado la frontera norte de su país para no tener que combatir en Irak. Con ello, aunque a escala mucho más reducida, siguen el ejemplo de los 30.000 a 50.000 estadounidenses que se refugiaron en Canadá durante la guerra de Vietnam, tras desertar del Ejército.

Hinzman, que aguarda en Toronto a conocer su suerte, teme represalias si no le conceden el asilo que ha solicitado. Para empezar, los militares podrían condenarle a una pena de hasta cinco años de prisión, aunque la condena normal por deserción es de uno. "Me procesarían por actuar de acuerdo con mis creencias políticas, por negarme a hacer algo equivocado", afirmó. Y éste no sería el único castigo por desertar pues, según dijo, sus posibilidades de "encontrar trabajo serían muy escasas".