Decidieron ir a practicar submarinismo a una isla paradisíaca junto a Sumatra para festejar la Navidad. Pero Al Howard, un turista británico y su compañera francesa, Sophie Pasquier, ignoraban que en su lugar de descanso se iban a encontrar en las puertas del infierno. En Singapur, donde llegaron el martes, la pareja relata su espantosa aventura.

Al Howard, de 33 años, director comercial de Airbus en Hong-Kong, y Sophie Pasquier, de 34 años, habían viajado para practicar submarinismo a Pulah Weh, la isla más al noroeste de Indonesia, situada sólo a 130 kilómetros del epicentro del seísmo. A las 8 de la mañana del domingo, la pareja despertó sobresaltada por los temblores que sacudieron su bungalow durante media hora, explicó Al Howard. En minutos, llegaron las olas gigantes, rozando su refugio, que por suerte estaba a 15 metros de altura, sobre unas colinas detrás de la playa de Gapang.

"El agua se retiró enseguida, pero entonces una nueva ola llegó casi hasta nosotros", cuenta Al Howard. Desde su balcón, descubrieron un espectáculo de desolación. Bungalows enteros y montones de escombros eran arrastrados. "Estábamos totalmente aislados. No sabíamos que había más gente afectada porque no había forma de comunicarse", subraya Al Howard.

Travesía fúnebre

"Había rumores que señalaban que la gente había sido arrastrada. No había cadáveres en la playa. Había gente mutilada por los escombros y gente que venía a ayudarlos", continúa.

Al día siguiente, la pareja y sus amigos lograron coger un barco para ir a Aceh, en la isla de Sumatra, golpeada de lleno por las olas gigantes. A medida que llegaban a la costa comprendieron la dimensión del drama. "A 1,5 kilómetros de la costa, vimos cuerpos y coches flotando", explica Al Howard.

En Banda Aceh, "todo estaba arrasado. Era como si hubiera explotado una bomba atómica. Yo he visto cadáveres en mi vida, pero nada parecido", cuenta este antiguo gurja del Ejército británico. "Había tantos cadáveres que renuncié a contarlos", añade.

Tras recorrer seis kilómetros, un camión los recogió y los llevó al aeropuerto de Banda Aceh. Allí, sus teléfonos móviles volvieron a funcionar y pudieron ponerse en contacto con sus familiares. Sólo entonces entendieron que habían vivido uno de los terremotos más brutales de la historia.