La solemnidad y el empaque marcaron ayer los funerales de Estado de Rainiero III de Mónaco, en una sobria y protocolaria ceremonia. La presencia de numerosas cabezas coronadas, jefes de Estado y diversas personalidades de todo el mundo y las impresionantes medidas de seguridad que les acompañaban, no hicieron más que reforzar la sensación de tristeza que se leía en todos los rostros.

Entre los invitados destacaba el Rey de España, "buen amigo" de Rainiero según sus propias palabras, que ocupó el puesto central de la primera fila, al lado del presidente francés, Jacques Chirac, y su esposa, Bernadette, además de los reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia. El rey de los belgas, Alberto, y la reina de Noruega, Sonia, así como los presidentes de Irlanda y Eslovenia también ocuparon puestos de honor entre los invitados.

VIEJA NOBLEZA Un total de 61 delegaciones internacionales rindieron un último tributo a Rainiero. No faltó ningún representante de la vieja nobleza europea, pero algunos países se limitaron a enviar delegaciones de bajo nivel para despedir al soberano que convirtió el principado de opereta que había heredado en un verdadero Estado.

Antes de dirigirse a la catedral a pie por las callejuelas del viejo Mónaco, los invitados pasaron por palacio para recogerse ante los restos mortales de Rainiero y dar el pésame a la familia Grimaldi. El cortejo fúnebre se organizó después de que sonara la marcha fúnebre de la tercera sinfonía de Beethoven. El féretro fue conducido hasta la catedral acompañado simplemente por el toque de los tambores y seguido por la familia.

El príncipe Alberto, nuevo soberano de Mónaco abría la marcha junto a sus hermanas, Carolina y Estefanía, vestidas totalmente de negro. Les seguían los tres hijos mayores de la princesa Carolina. El perro griffon Odin, el preferido de Rainiero, cerraba el cortejo atado por una correa que llevaban los criados.

Al término de la ceremonia, los hijos y nietos de Rainiero se recogieron unos segundos ante el catafalco antes de regresar al palacio, donde ofrecieron una recepción a los invitados.

DISPOSITIVO DE SEGURIDAD Treinta y seis cañonazos marcaron, según la tradición monegasca, la muerte del príncipe el 6 de abril, a los 81 años. En la catedral, sólo las lágrimas de sus dos hijas, Carolina y Estefanía, rompieron la rigidez de una ceremonia preparada y cronometrada hasta el más pequeño detalle.

El impresionante dispositivo de seguridad preparado para proteger a los invitados disuadió a los curiosos. Las calles vacías daban a Mónaco una atmósfera de ciudad fantasma engalanada con banderas y crespones movidos por la brisa en balcones y ventanas. La misa, presidida por el arzobispo de Mónaco, Bernard Barsi, duró casi dos horas. Poco después de las cuatro de la tarde, todas las delegaciones habían abandonado Mónaco.

El féretro permaneció en la catedral, donde se celebró, al final de la tarde, una nueva misa de réquiem reservada a los monegascos. Después, Rainiero fue enterrado en la cripta, en la estricta intimidad, al lado de su esposa, Grace Kelly, fallecida en un accidente de coche en 1982.