El primer ministro japonés, Junichiro Koizumi, volvió ayer a provocar la ira de los gobiernos y los ciudadanos de China y Corea del Sur al visitar, por quinto año consecutivo, el santuario sintoísta de Yasukuni, en el centro de Tokio, dedicado a los más de dos millones de combatientes japoneses muertos desde el siglo XIX, entre ellos 14 condenados como criminales de guerra al término de la segunda guerra mundial. China ha convocado al embajador.

Koizumi quiso enfatizar que se trataba de una acción privada. A diferencia de las otras cuatro ocasiones, en que entró con el coche oficial, accedió a la parte más sagrada vestido con el tradicional hakama y firmó en el libro de visitas como primer ministro, esta vez Koizumi hizo a pie el recorrido desde la calle y se dirigió, vestido al estilo occidental, al mismo altar común que usan los ciudadanos, donde juntó las manos e inclinó la cabeza para orar.

En China y Corea del Sur las reacciones no se hicieron esperar. Tanto en Pekín como en Seúl, los embajadores japoneses fueron llamados al Ministerio de Exteriores para expresarles el malestar de sus gobiernos por un acto que se califica de provocación.