El turul es el ave mitológica con cuerpo de águila que, según la leyenda, guió a las tribus magiares --de las que proceden los húngaros-- desde la cordillera de los Urales hasta el territorio de la actual Hungría.

Desde el domingo, el turul sobrevuela de nuevo Budapest. Su vuelo es inquietante pues ese ave, con una espada entre sus garras, y estampada sobre un fondo de barras rojas y blancas, es el emblema de los ultranacionalistas húngaros y, se ve en muchas banderas de manifestantes reunidos ante el Parlamento para hacer dimitir a Ferenc Gyurcsany.

La multitud, que crece conforme avanza el crepúsculo, es inagotable en su variedad. Neoliberales de traje y móvil comparten la plaza Kossuth con ultranacionalistas vestidos a la magiar --con trajes semejantes al del guerrero mongol--, jubilados, vagabundos, estudiantes e hinchas de fútbol, a quienes se acusa de los enfrentamientos con la policía.

Por en medio pululan amas de casa que llevan fotos del primer ministro con una nariz muy, muy larga. De hecho, el muñeco Pinocho es uno de los símbolos que más se repiten para caricaturizar a Ferenc Gyurcsany. Otros optan por un toque más funerario y han colocado un ataúd con el epitafio: "Estamos aquí para enterrar a Gyurcsany".

Mientras, entre los jóvenes, algunos llegan con más pinta de disponerse a pasar una noche de botellón que de lanzarse a la revolución. Aparecen con mochilas llenas de latas de cerveza y botellas de alcohol, con lo que, conforme avanza el crepúsculo, la concentración se va calentando. "Este régimen poscomunista no solo ha saqueado el país sino que a los que expresamos nuestro desacuerdo nos llama ultras y ¡yo no soy un ultra!", exclama Levente, un joven, antes de pegar un trago a una cerveza.