"Era un buen camarada, un hombre objetivo y muy profesional". Lo dice un antiguo miembro de la Stasi, la policía política de la desaparecida Alemania Oriental, para referirse a Vladimir Putin, agente de la KGB destinado a Dresde entre los años 1985 y 1990. "Su palabra tenía peso", recuerda.

En el 101 de Radebergerstrasse, donde se hallaba el piso de Putin, no todos se acuerdan del discreto espía, pero los dueños del café Am Thor no lo han olvidado. "Venía con frecuencia", sonríe una camarera.