Los efectos finales del huracán Dean, con la descarga sobre tierra de toda el agua que llevaba a cuestas, hicieron temblar al centro de México cuando el ciclón tocó de nuevo tierra ayer tarde en la Costa Esmeralda, zona de turismo nacional del norte de Veracruz. Mientras la península de Yucatán aún no había despertado de la pesadilla de su paso, el huracán se movió frente a la larga costa veracruzana, para penetrar tierra adentro e ir a chocar hoy contra la Sierra Madre. "En una semana lloverá lo que en un año", advirtieron los meteorólogos.

En los albergues se apiñaban unos 20.000 habitantes de la costa norte y las cuencas de varios ríos, que en 1999 se desbordaron con una simple tormenta y se llevaron 200 vidas. "Tres millones y medio de personas están en la zona de riesgo", señaló el gobernador, Fidel Herrera. La central nuclear de Laguna Verde, diseñada contra huracanes, quedó cerrada, como la ristra de hotelitos y cámpings que pueblan la duna de la kilométrica playa de Costa Esmeralda.

La alerta se extendió hasta el vecino estado de Tamaulipas, al norte, y singularmente al puerto de Tampico. Más al sur, en el de Veracruz, los pescadores subieron centenares de barcas al malecón, por donde ayer saltaban las olas mientras Dean cruzaba hacia poniente, mar adentro.

Ya el martes, el cielo se oscureció y las aves pasaron volando hacia el interior. Siguió una lluvia fina en medio de una calma y un silencio extraños. Después, de repente, dejó de llover, mientras las nubes se acumulaban poco a poco a lo lejos de forma amenazadora. El mar se encrespó, se retiró y volvió embravecido cuando las primeras ráfagas de viento azotaron amplias zonas casi de repente. A esas horas, media Ciudad del Carmen se encontraba "bajo el agua, en medio de una marea muy alta", dijo el gobernador de Campeche, Jorge Hurtado.

Dean, que siguió moviéndose a 32 kilómetros por hora, con categoría 1 y vientos de 150 kilómetros por hora, golpeó durante la noche y los vientos arreciaron por la mañana. Los coletazos, que se sintieron durante horas en centenares de kilómetros de costa, mostraban cómo se reforzaba sobre las aguas tibias del golfo de México.

"Me preparé con velas y cerillas, pero estoy necesitando de mucho rezar", suspiró una veracruzana entre el ruido brutal de las rachas, sobre el constante ulular del viento. En Chetumal, donde el ciclón entró el martes con fuerza máxima, ya había un bebé bautizado como Dean.