El barco de la Administración de George Bush hace aguas y uno de los hombres de más peso en ese hundimiento, el fiscal general, Alberto Gonzales, ha sido el último en dejar la nave para intentar salvarla. En una decisión imprevista y que el presidente aceptó a regañadientes --pese a que resta parte del lastre que asfixia su mandato--, Gonzales anunció ayer su dimisión.

El 17 de septiembre se marcha el hombre de origen hispano que más alto ha llegado en una Administración de EEUU: la cabeza del Departamento de Justicia. Pero, ante todo, se marcha un hombre cuestionado por sus subordinados, el Congreso y buena parte de la población por su oscuro papel en el despido de nueve fiscales y por sus espurias declaraciones y estratagemas en los casos de espionaje de los ciudadanos estadounidenses, en el marco de la denominada "guerra contra el terror".

SORPRESA Y GIRO POLÍTICO Nadie podía prever la dimisión. Hace unas semanas, Bush seguía mostrando su apoyo a Gonzales sin importarle que las denuncias por perjurio ante el Congreso y las peticiones de dimisión se hubieran hecho clamor.

Pero Gonzales, viejo amigo personal de Bush y aliado político desde los tiempos en Tejas, llamó al presidente a su rancho de Crawford el viernes. Bush le invitó junto a su esposa a una comida, que se celebró el domingo y en la que aceptó el adiós. Y que lo hiciera es una relevante señal: tras el reciente anuncio de la salida de otro de sus íntimos y controvertidos colaboradores, Karl Rove, Bush parece decidido a evitar crisis e intentar aumentar su popularidad, y la del Partido Republicano, cara a las elecciones.

Bush afirmó ayer que aceptaba la dimisión "reticente", defendió a Gonzales como "hombre de dignidad, decencia y principios", y acusó a sus críticos de haberle dado un "tratamiento injusto" y "arrastrarle por el barro por razones políticas". No dijo nada sobre el sucesor, que puede ser Michael Chertoff, secretario de Seguridad Interior.

Gonzales no dio argumentos para su salida. Se limitó a un discurso patriótico en el que definió a EEUU como "el mejor país del mundo" y dijo haber vivido "el sueño americano". Tampoco hizo ninguna mención de los escándalos más graves que han marcado su paso por el cargo.

Pese a que desde que llegó ha sido polémico, su credibilidad ha caído en picado el último año. Por una parte, por el despido de nueve fiscales que, aunque puede no haber vulnerado la legalidad, ha estado envuelto en una oscura trama política. Y, por otra, por su falta de transparencia y quizá perjurio en testimonios ante el Congreso sobre el programa de espionaje de los estadounidenses de la Agencia de Seguridad Nacional.

Sus primeras comparecencias fueron tan insatisfactorias que forzaron a realizar más, y en muchas de ellas Gonzales recurrió a la excusa de que no podía recordar hechos clave. Sus palabras a menudo contradijeron la información de otras fuentes.

REACCIONES La reacción de los demócratas fue unitaria y la resumen las palabras del senador Charles Schumer. "Ha sido una pelea dura y difícil, pero por fin el fiscal general ha hecho lo adecuado. En los últimos seis meses el Departamento de Justicia ha estado prácticamente paralizado y necesitaba desesperadamente un nuevo liderazgo", dijo.

Algunos republicanos se sumaron a esa reacción. Arlen Specter, máximo representante republicano en el comité judicial del Senado, mostró en la cadena Fox su satisfacción por la dimisión "para que el Departamento de Justicia pueda avanzar en su importante tarea".