Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) se deslizan inexorablemente por el tobogán de la descomposición. Así lo creía ayer el Gobierno e incluso una parte de sus adversarios. La guerrilla no solo debe defenderse de los ataques de un Ejército dotado de la tecnología punta que le proporciona Estados Unidos y que permite identificarles de noche. Ahora, además, sus comandantes afrontan el peligro de la traición.

La muerte de Raúl Reyes, el número dos de la guerrilla, en territorio ecuatoriano asestó un duro golpe a la moral de las FARC. Reyes cayó abatido por una bomba inteligente. En cierto sentido, murió en su lógica, la de la guerra. Pero el asesinato de Manuel Jesús Muñoz Ortiz, alias Iván Ríos, cometido por su jefe de seguridad, muestra hasta qué punto se ha acelerado el proceso de deterioro de una insurgencia que, en su desvarío, se convirtió en una máquina extorsiva.

Pablo Montoya, alias Rojas, no solo mató a Ríos frente a sus hombres: le cortó la mano para convertirla en prueba de su deceso. "Estoy seguro de que lo que hice tiene pensando a muchos en la guerrilla", dijo Montoya. Temía un consejo de guerra después de haber dejado sin vino a su jefe en una cena. A los 16 años de haberse unido a las FARC, en medio de los bombardeos y las deserciones, del hambre y la desazón, Rojas comprobó que en las FARC no hay amigos y que la guerrilla se ha partido en dos. Predice que el Mono Jojoy, el jefe militar de la guerrilla, será el próximo en caer.

Para el máximo jefe militar, el general Mario Montoya Uribe, la mano cortada del comandante guerrillero es algo más que una prueba: un símbolo. "Los integrantes del secretariado han quedado notificados de que en cualquier momento pueden ser entregados", aseguró.

En este contexto, las aguas regionales van volviendo a su cauce. Venezuela anunció el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Colombia.