Tras meses de relaciones con prostitutas de lujo, cuatro días después de saber que estaba siendo investigado por las autoridades federales y menos de 48 horas después de que estallara públicamente el escándalo, Eliot Spitzer, el gobernador de Nueva York, necesitó dos minutos y medio para anunciar ayer su dimisión, pedir disculpas sin mencionar la causa y avanzar que no volverá a la política.

"El remordimiento que siento estará siempre conmigo", dijo en la breve intervención en su oficina, en la que volvió a estar acompañado por Silda Wall, su esposa y madre de sus tres hijas.

Luego anunció que hará efectiva su dimisión el lunes para permitir una transición adecuada a David Paterson, hasta ahora su segundo. Este demócrata de 53 años, que será el primer gobernador negro de Nueva York, es un político hábil forjado en Harlem, ciego desde la infancia y con un carácter más dulce que el de Spitzer. Paterson se ha granjeado el respeto tanto de su partido como del republicano.

Las palabras de despedida de Spitzer son el adiós a una prometedora carrera política. Abandona la vida pública y dice que hará lo que pueda para ayudar a su familia, al tiempo que intentará "fuera de la política servir al bien común". "Creo --dijo-- que como seres humanos nuestra mayor gloria no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos".

Su adiós está relacionado con algo tan intocable en el puritano sistema de EEUU como una infidelidad que involucra, además, a prostitutas. Y le ha convertido en encarnación ejemplar de la hipocresía. En una increíble vuelta de tuerca, fue él mismo quien impulsó una ley que endurecía las penas no contra las trabajadoras del sexo o los proxenetas, sino contra los clientes.