Israel escribió ayer el penúltimo capítulo de uno de los primeros ministros más impopulares de su historia. Ehud Olmert presentó oficialmente su esperada dimisión al frente del Ejecutivo y cedió la responsabilidad de formar una nueva coalición a la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, quien no lo tendrá fácil.

La intriga ha comenzado a rodar entre bambalinas y desde el Partido Laborista, principal socio de coalición del Kadima, se insinuaba ayer que su líder, Ehud Barak, no está dispuesto a apoyar a un Gobierno presidido por Livni. Si fuera así, no quedaría otra opción que unas elecciones anticipadas.

Al margen del trámite de la dimisión de Olmert, que será primer ministro en funciones hasta la formación de un nuevo Gobierno, el acontecimiento del fin de semana se produjo el sábado por la noche en Tel-Aviv. El ministro de Defensa, Barak, despreció la invitación de Livni y prefirió reunirse con el jefe de la oposición de derechas, Binyamin Netanyahu. "Israel", declaró después, "necesita un amplio Gobierno de emergencia ante los retos políticos, económicos y de seguridad que enfrenta".

Pero sus palabras suenan a pretexto para no apoyar a Livni, porque el Likud ya ha dicho que rechaza la idea de un Ejecutivo de unidad nacional. Para Netanyahu, sería una decisión nefasta, ya que las encuestas lo dan como ganador en unas eventuales elecciones anticipadas.

Barak, en cambio, se enfrenta a un serio dilema. O apoya a Livni, arriesgándose a que la ministra se gane el respeto y el corazón de los israelís, o respalda el adelanto electoral a sabiendas de la impopularidad de su partido. Desde algunos medios se especulaba con que Netanyahu podría haberle prometido el puesto de ministro de Defensa en un futuro Gobierno del Likud.

Olmert deja el cargo abatido por cinco escándalos de corrupción que podrían llevarle muy pronto a sentarse en el banquillo de los acusados.