Desde los años 80, marcados por la sangrienta confrontación entre el régimen del difunto Hafez el Asad y el fundamentalismo suní de la Hermandad Musulmana, Siria no vivía un atentado como el que sacudió ayer la capital. Un coche bomba cargado con 200 kilos de explosivos estalló en un suburbio residencial del sur de Damasco y acabó con la vida de 17 personas, todas ellas civiles. Al menos otras 14 resultaron heridas. El ataque ha avivado la confusión en que vive el país tras los asesinatos de los últimos meses, y ha puesto en entredicho el férreo control del aparato de seguridad.

La masiva detonación se produjo poco antes de las nueve de la mañana en el barrio de Sidi Qada, en un cruce de la carretera que conduce al aeropuerto de Damasco. Muy cerca se encuentra un cuartel de los servicios secretos y la mezquita de Zaida Zeinab. "Se trata, sin duda, de un ataque terrorista y cobarde cometido en una zona muy concurrida", declaró el ministro del Interior, el general Basam Abdel Majid. Ninguna organización lo ha reivindicado, pero una web libanesa, citando fuentes sirias bien informadas, decía ayer que en el coche bomba viajaba un suicida iraquí miembro de Al Qaeda.