"Se que un día me caerá la ficha y veré que no soy más presidente". Luiz Inácio Lula da Silva ya se prepara con cierta nostalgia para el 1 de enero de 2011, el día que concluirá su ciclo de ocho años de Gobierno.

La sensación de final de época tiene, no obstante, enormes gratitudes. Lula pasará a la historia como el presidente que abandona el poder con una popularidad sin precedentes, del 87%. El pasado viernes fue ovacionado en Recife, en el nordeste, por 100.000 personas. Solo él es capaz de reunirlas a pesar de que estuvo formalmente fuera de la contienda electoral. Lula guerrero del pueblo brasileño, decían los carteles. Con Lula ganaron casi todos, incluso aquellos que en el 2002 se referían a él con sorna por carecer de títulos académicos o activismo sindical.

Los grandes bancos y las empresas alcanzaron extraordinarios indicadores de rentabilidad. Los beneficios también fueron para los más pobres. En estos ocho años, unas 32 millones de personas, el equivalente a la mitad de Francia, pasaron a formar parte de la clase media baja, el llamado sector C. Las políticas asistenciales sacaron del hambre a 40 millones de brasileños. El salario, medido en dólares, creció un 154%. Se ha triplicado el PIB per cápita (cerca de los 10.000 dólares). La inflación media anual ha sido del 5,7%.