"Todo el mundo: recuerden votar". Entusiasta y enérgico, el presidente de EEUU, Barack Obama, lanzaba ayer el mensaje en una cafetería de Chicago donde paró para comprar tortitas, huevos y salchicha de pavo antes de emprender viaje hacia Ohio, otro de sus destinos del intenso fin de semana de campaña antes de las elecciones de mañana. En ese mensaje a la gente corriente que desayunaba en la Valois está la esencia de este impulso final: el presidente Obama, que ha despertado frustración en muchos votantes, intenta mostrarse ahora cercano y tanto él como su partido son conscientes de que solo logrando una masiva asistencia a las urnas pueden aplacar el impacto de la augurada victoria republicana.

"La participación es muy importante. Son carreras muy disputadas. El otro lado obviamente es entusiasta y tenemos que asegurarnos de que el nuestro lo es también", analizaba Obama en el local de su antiguo barrio de Hyde Park. Antes, en un acto electoral el sábado, había retado a sus seguidores a desafiar las expectativas generalizadas de baja participación y derrota "como hicieron en el 2008".

No hay encuesta que dé a los demócratas esperanza de mantener la mayoría en la Cámara Baja, y los republicanos, que necesitarían 39 escaños para arrebatársela, pueden, según cálculos, llegar a ganar 70, algo no visto desde 1948. De este modo, la lucha definitiva se librará en el Senado, donde a 48 horas de los comicios los sondeos seguían ayer sin permitir dar por seguro si cinco de los escaños en juego se teñirán de rojo o azul.