Millones de niños chinos están envenenados con plomo y no reciben los tratamientos médicos que son adecuados, según ha denunciado una oenegé. La epidemia responde a la habitual e irresuelta fricción entre el rápido proceso de industrialización del país y su medioambiente.

El último documento de Human Rights Watch (HRW) es demoledor. Asegura que cuatro provincias chinas (Henan, Hunan, Shaanxi y Yunnan) niegan la información básica y el tratamiento a los niños enfermos, dificultan las pruebas e intimidan a quienes protestan. El estudio se ha hecho con las entrevistas en los dos últimos años a 52 padres o abuelos de niños contaminados que viven en zonas rurales y cerca de fábricas.

Según HRW, la mayoría de los niños examinados dieron dosis de plomo de hasta 40 miligramos por decilitro de sangre. A partir de los 45 miligramos es preceptivo el tratamiento médico urgente. Un alto nivel de plomo puede dañar el cerebro, el hígado, los riñones o el estómago. También puede causar anemia, convulsiones e incluso la muerte en los casos más graves. En los niños, además, provoca mermas intelectuales y alteraciones del comportamiento.

El estudio revela que las pruebas se negaron a los que vivían a más de un kilómetro de las fuentes contaminantes y que el tratamiento médico ofrecido fue esporádico en el mejor de los casos. A los padres se les recomendaba a menudo leche, ajo y huevos contra la intoxicación por plomo. Cuando se les daba medicación, no se informaba de cuál era. "Los familiares, periodistas y activistas que se atreven a hablar del plomo son detenidos y silenciados", sentencia en su informe Human Rights Watch.

CHOQUE DE INTERESES China es el mayor consumidor de plomo y el mayor fabricante de baterías del mundo. Pekín, que subraya la necesidad de un desarrollo respetuoso con el medioambiente, ha lanzando varias campañas para atajar los masivos envenenamientos por metales pesados. Este mes anunció que dos tercios de las plantas que fabrican baterías de plomo serían desmanteladas antes de tres años.

La voluntad de Pekín suele chocar contra los intereses de los gobiernos locales, más preocupados por preservar sus beneficios que el medioambiente. El milagro económico ha sacado a millones de chinos de la pobreza en los últimos 30 años, en buena parte por el rápido avance de la industrialización. A cambio, ha dejado una factura medioambiental y humana ruinosa.