En el 2007, cuando el aspirante a la nominación presidencial republicana estadounidense Rudy Giuliani quería lograr algún respiro cómico en los debates, lanzaba dardos a uno de sus rivales, Ron Paul, por sus posturas contra la guerra.

Cuatro años después, los republicanos buscan nuevo candidato para medirse a Barack Obama en el 2012, y Paul sigue en el grupo de aspirantes, pero esta vez sus rivales no atacan sus opiniones contra intervenciones militares en el extranjero. Es más: desde centristas como Mitt Romney hasta favoritos del Tea Party como Michele Bachmann las comparten.

El giro sobre el intervencionismo en el seno del Partido Republicano es evidente, y halcones como John McCain alertan de que, aunque "siempre ha habido una rama aislacionista en el partido republicano, ahora parece haberse colocado en el centro del escenario". Y aunque las encuestas siguen mostrando mayor apoyo entre los votantes conservadores a la presencia militar en Afganistán, hay declaraciones, como las de Romney (que ha hablado de Afganistán como "una guerra de independencia que EEUU no debería librar"), que confirman una fisura que tradicionalmente se ha vivido entre los demócratas.

Del apoyo al rechazo

El serio declive del apoyo entre republicanos a la implicación de EEUU en asuntos internacionales queda reflejado en sondeos, como uno reciente del centro Pew, que constataba una caída de 19 puntos desde el 2004 u otro de Gallup, que situaba en el 47% los republicanos que quieren que Washington retire sus tropas de Afganistán, donde apoyaron mayoritariamente la guerra, como en Irak, cuando la inició George Bush.

Varias causas explican el giro más allá de la lógica electoralista de oponerse a acciones de Obama para intentar sacar partido en las urnas, o la división verdaderamente filosófica sobre la apuesta presidencial de liderar a veces desde un segundo plano.

Y ninguna es mayor que el llamado "efecto recesión": con una recuperación económica renqueante, un índice de paro cuya media nacional no deja de moverse alrededor del 9% y acuciantes problemas presupuestarios que están provocando recortes draconianos, se elevan las voces que reclaman prestar menos atención a los problemas extranjeros y concentrarse en los problemas en casa, invirtiendo de otra forma al menos parte de los 700 millones de dólares gastados de momento en la operación en Libia o los 120.000 millones que se llevó el año pasado la guerra de Afganistán.

Los últimos en reclamar han sido los alcaldes, cuya conferencia aprobó el lunes una resolución urgiendo a Obama y al Congreso a "acelerar el fin" de la guerra de Afganistán e Irak. No pusieron un plazo, como hace 40 años sí hicieron reclamando a Richard Nixon salir de Vietnam en 6 meses, y reconocieron que "debe hacerse en forma mesurada, que no desestabilice la región", pero pidieron que "traigan a casa los dólares de la guerra para cubrir necesidades humanas, promover creación de empleo, desarrollar una nueva economía y reducir la deuda federal".