Son cuatro octogenarios achacosos y enclenques que ayer lamentaban el frío de la sala. Son también los responsables de casi dos millones de muertes, la cuarta parte de la población camboyana de entonces, acometidos en un tiempo récord de tres años, ocho meses y 21 días. Lo que queda de la cúpula de los jemeres rojos se sentaba por primera vez ayer en el banquillo de los acusados. El juicio coloca frente al espejo a un país que aún no ha superado el trauma de Pol Pot y sus secuaces.

Los acusados son Nuon Chea, de 84 años y número dos del régimen; Khieu Samphan, 79 años y presidente del Gobierno de Kampuchea Democrática; Ieng Sary, de 85 años y ministro de Asuntos Exteriores; y su esposa Ieng Thirit, 79 años y ministra de Asuntos Sociales. Los cargos son: crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, asesinato, genocidio y tortura.

ANTE LAS VÍCTIMAS El juicio empezó ayer en el Tribunal Internacional de Camboya, en Phnom Penh, frente a un público de 500 personas, en su mayoría víctimas del régimen jemer, separadas por un cristal blindado de los acusados. Las primeras semanas se emplearán en cuestiones procedimentales. Después empezará el desfile de centenares de víctimas, que intentarán desmontar la inocencia que claman los acusados. Estos han repetido que desde sus cuarteles generales nunca supieron de los sufrimientos de su pueblo. Ayer echaron balones fuera.

La defensa de Ieng Sary calificó el juicio de "incorrecto", porque supone procesarle dos veces por el mismo delito. "Este proceso debe de ser un ejemplo para otras jurisdicciones camboyanas y debe respetarse el derecho de legalidad", sostuvo Michael Karnavas, quien recordó que Ieng Sary ya fue juzgado y condenado a muerte en rebeldía en 1979, y perdonado en 1996 en una amnistía real. El abogado de Nuon Chea alegó que la investigación judicial era "tan injusta" que debía detenerse de inmediato. Los cuatro se enfrentan a penas que oscilan entre los cinco años y la cadena perpetua.

Este es el segundo juicio que celebran las llamadas Cámaras Extraordinarias de Camboya. El pasado año fue condenado Kaing Guek Eav, más temido como Duch, el infausto director de la cárcel de Tuol Seng. Aunque fue condenado a 35 años, solo deberá cumplir 19 años, por el tiempo pasado en prisión preventiva. La sentencia fue recibida con indignación, porque no es biológicamente descartable que Duch, de 68 años, vuelva a pisar la calle. La condena se daba por segura, porque el exprofesor de matemáticas siempre había reconocido su labor, aunque defendiera que cumplía órdenes. Los expertos sostienen que será más difícil demostrar la culpabilidad de los cuatro de la cúpula.

La invasión de Vietnam en 1979, que se hartó de las escaramuzas fronterizas de los jemeres, puso fin a una de las épocas más oscuras de la humanidad. El Gobierno de Pol Pot supone un caso único de autogenocidio. Dos millones de camboyanos murieron ejecutados, por hambre, agotamiento o enfermedades. En su delirio maoísta intentó instaurar un paraíso agrario que suponía el regreso a la edad de piedra. Fue un experimento de ingeniería social tan delirante que dejó en pañales las enseñanzas chinas de Mao durante la Revolución Cultural. Abolieron la moneda, la religión y la familia. Muchos matrimonios fueron arreglados a dedo. Todo pertenecía al Estado. Se fomentaba el asesinato de familiares como muestra de fidelidad.

UN PAÍS EN EL DIVÁN Treinta años después, las consecuencias son visibles. Cuesta encontrar a un camboyano que no perdiera a varios familiares. El país entero permanece en el diván. Camboya es un desastre, sostenido por oenegés de todo pelaje, con porcentajes de analfabetismo que rondan el 60% y ajeno al auge económico de otros países de la zona, como Tailandia y Vietnam. Camboya sigue anclada en el pasado, entre las glorias del imperio Jemer que, durante siglos, dominó el sudeste asiático, y las miserias de los jemeres rojos.