Saif-al-Islam, apodado Espada del islam, está asustado. Este hijo de Gadafi, de la prole de nueve vástagos, era el que secundaba públicamente las arengas y amenazas que su padre lanzaba a los rebeldes libios y a la comunidad internacional mientras ha durado el conflicto. Con su misma prepotencia y actitud desafiante, especialmente durante los primeros meses.

Un oficial que ha permanecido a su lado en esta última fase del conflicto ha explicado con detalle hasta qué punto se sentía ya acorralado y presa del pánico. "Estaba nervioso, tenía un teléfono por satélite y llamaba a su padre muchas veces, y nos repetía que no le dijéramos a nadie dónde estaba", ha explicado Sharif al-Senusi, un lugarteniente del Ejército que integró la guardia personal de Saif-al-Islam en Bani Walid hasta que la ciudad cayó, el pasado 17 de octubre. "Tenía cada vez más miedo de ser herido por un mortero", añadió.

Quizá el temor que le ha producido la posibilidad de acabar como su padre --linchado por una multitud furibunda-- le ha llevado a querer entregarse al Tribunal Internacional de la Haya, que le reclama por crímenes contra la humanidad. Sin embargo, fuentes del tribunal insistieron en que no pueden confirmar tal extremo.

Linchamiento público

La dureza de las imágenes de la muerte del coronel, a todas luces sometido a vejaciones y a un linchamiento, sigue levantando ampollas. Parte de la familia del coronel, exiliada en Argelia, anunció que pretende querellarse contra la OTAN, al considerarla culpable de su muerte. "Fue una operación homicida provocada por la OTAN", argumentó su abogado Marcel Ceccaldi. El presidente de EEUU, Barack Obama, lamentó las circunstancias de su muerte y el tratamiento dado a su cadáver, mientras el primer ministro ruso, Vladimir Putin, aseguró que el tratamiento le causó "repugnancia".