Para los Hermamos Musulmanes ha llegado por fin la hora de la verdad. Por primera vez desde que nació el histórico movimiento islamista, en 1929, y como fuerza mayoritaria en el parlamento va a tener la oportunidad de compartir parte del poder, ahora con los militares, y después con el presidente que salga elegido definitivamente en las elecciones previstas para este verano. De momento, Egipto es una república presidencialista, y es el Jefe del Estado el que concentra gran parte del poder.

La Hermandad no ha presentado hasta ahora ningún candidato a la presidencia, y asegura que no lo va a hacer, aunque medios egipcios afirman que han pactado un aspirante al que darán apoyo junto a los militares. Se trata de Mansur Hassan, de 75 años, ministro en los 70 durante el mandato del presidente Anuar el Sadat y actualmente presidente del Consejo Consultivo, un órgano de civiles que asesoran a la Junta Militar.

Los islamistas lo han negado. De hecho, hasta ahora Hassan no ha anunciado su candidatura, aunque tiene hasta abril para hacerlo. De todas formas, parece claro que los islamistas necesitarán un hombre de confianza en la presidencia si desean protagonizar el cambio político en Egipto. Son muchos millones los electores que han depositado la confianza en ellos y la situación heredada, tanto social como económica, está envenenada.

Prohibición tolerada

Mubarak prohibió a los Hermanos Musulmanes constituirse como partido político aunque toleró su presencia. Mejor tener al enemigo a la vista que en la clandestinidad, debió de pensar. Nadie duda de que gran parte de los votos obtenidos por la Hermandad en las legislativas son fruto de décadas de trabajo asistencial entre los más pobres.

Además de la convulsión social, réplicas del terremoto de la revolución, el principal reto de las autoridades egipcias es hacer frente a una situación económica que está bajo mínimos. La industria del turismo se ha desplomado. Egipto recibió el año pasado un 80% menos de turistas respecto al 2010.

La necesidad de recuperar rápido este sector, que representa el 11,3% del PIB y que da trabajo a 4 millones de personas, hace presumir que los Hermanos Musulmanes intentarán alejarse de las posturas más radicales de los salafistas, defensores de un Islam riguroso y puritano que, entre otras cosas, prohíbe el consumo de alcohol, el uso de los bañadores de corte occidental y las playas mixtas.

En todo caso no parece que la Hermandad apueste por el modelo teocrático de Arabia Saudí, país aliado de Occidente, sino más bien por el turco. Su número dos, Jairat el-Shater, ha estado estos días en Turquía. Ha buscado que empresas de ese país les asesore en cómo arreglar el tráfico y la suciedad que inundan las grandes ciudades del país. Parece una minucia ante los problemas que afronta el país del Nilo, pero empezar por el orden y la limpieza, ausentes con el régimen de Mubarak, es un manera de mostrar que hay voluntad de hacer las cosas bien, aunque al final resulte ser un espejismo.