Lo que los occidentales llamamos primavera árabe, en Egipto empezó en invierno, por estas fechas hace un año, el 25 de enero del 2011, en la plaza Tahhir (Liberación). Desde entonces han ocurrido muchas cosas y el cambio se percibe en las calles de El Cairo desiertas de turistas y en las aulas de la American University que sigue siendo el centro de formación de las elites egipcias y de los residentes extranjeros.

Muchos muertos, el Ejército en el poder, Mubarak en camilla ante sus jueces y la nueva Asamblea constituyente libremente elegida reuniéndose por primera vez celebrando el aniversario de las primeras concentraciones en la plaza Tahrir.

Como era de esperar, los islamistas han conseguido más de dos tercios de los escaños. Aunque estén divididos en dos grupos, el mayoritario del Partido de la Libertad y la Justicia, el brazo político de los Hermanos Musulmanes, y la formación salafista Al-Nour, tienen una mayoría aplastante frente al tercio restante de los partidos liberales y de izquierda al estilo occidental. Los derrotados en las urnas han sido los que desencadenaron y protagonizaron la revuelta y pagaron la mayor parte de su coste de víctimas, pero la victoria islamista responde a una realidad cultural y social.

De perfil

Los islamistas se pusieron de perfil y esperaron que cayera el dictador para aparecer en escena. Por eso los europeos proclamamos sorprendidos y esperanzados que lo de Tahrir era obra de la primera generación posislamista y que estos habían desaparecido como agentes políticos del futuro.

Nada de eso, los Hermanos Musulmanes forman parte de la historia moderna del país, están anclados en la población y han sido la fuerza militante de oposición, soportando una tremenda represión. También han tejido una red de asistencia social muy activa en un país en el que el gobierno se desentendía completamente de las necesidades de la población. Han estado a la vez socializando la oposición y creando lazos de solidaridad. Y esa labor de años se ha traducido en apoyo electoral.

¿Y ahora que?. Después de apoyar a dictadores para que el islamismo no tomara el poder, al final allí los tenemos. Todavía tienen que imponerse a los generales que siguen teniendo el poder real. Pero después de redactar una Constitución y elegir en junio un presidente, llegarán a un acuerdo con el Ejército respetando su papel como administrador de buena parte de la riqueza del país y como garante del equilibrio con Israel.

La cuestión es qué clase de sociedad diseñará la nueva Constitución y cual será el respeto hacia las libertades publicas, la libertad religiosa, y en particular los derechos de las mujeres, que considerarán compatibles con los valores tradicionales del islamismo.

La mayoría de los egipcios se sienten muy vinculados a esos valores tradicionales, pero también quieren un sociedad más democrática y libre del cáncer de la corrupción, que dé oportunidades de empleo a una juventud sin horizonte.

Eso es lo que pedían los que empezaron a congregarse en Tahrir hace un año siguiendo el ejemplo de sus hermanos tunecinos. También en Túnez los islamistas han conseguido la mayoría parlamentaria que refleja su mayoría social. Esperemos que a la primavera árabe no le suceda el otoño de regimenes autoritarios de corte religioso.