No hay nada tan humano como buscar explicaciones a los crímenes más inhumanos, en este caso, el asesinato a quemarropa de 16 civiles afganos, incluidos nueve niños, en la provincia de Kandahar. Estados Unidos solo ha identificado a un sospechoso de la matanza, un sargento de 38 años, casado y con dos hijos, que el pasado domingo, en plena noche, abandonó su puesto en el campamento de Belambay y caminó más de un kilómetro hasta llegar a varias aldeas, donde fue ejecutando a sus víctimas casa por casa antes de prenderle fuego a algunos de los cadáveres. Ayer fue trasladado a una prisión militar en EE UU y podría enfrentarse a la pena de muerte.

¿Por qué lo hizo? Nadie lo sabe, aunque fuentes militares han asegurado a The New York Times que pudo deberse a una mezcla de estrés, tensiones matrimoniales e ingesta de alcohol porque aquella noche dicen que estuvo bebiendo, violando las reglas vigentes en las zonas de combate. Su abogado ha apuntado a otra tesis. El sospechoso presenció la víspera de la masacre cómo herían a uno de sus compañeros. "Su pierna salió volando y mi cliente estaba junto a él", dijo John Henry Browe.

Soldado condecorado

Lo que sí se sabe es que el sospechoso, cuyo nombre no ha sido revelado por razones de seguridad, se alistó en el Ejército una semana después de los atentados del 11-S en Nueva York y, según su abogado, había recibido varias condecoraciones por su trabajo. Antes de llegar a Afganistán, cumplió con tres despliegues en misiones de combate en Irak, donde resultó herido dos veces. En una ocasión se le tuvo que extirpar parte del pie y en otra sufrió una conmoción craneal después de que el vehículo en el que viajaba tuviera una accidente al explotar una mina.

La duda que ahora plantea el abogado defensor es si estaba en condiciones físicas y mentales para prestar servicio en Afganistán. "No se planteó en ningún momento la discusión de que quizás no debería ir", dijo Browne, tras recalcar que su cliente no quería servir en Afganistán y que el Ejército le dijo inicialmente que quedaría eximido. Estas dudas han redirigido la atención a la base de Lewis-McChord (Washington), donde el sospechoso pasó toda su carrera.

Esta base tiene un historial problemático. De aquí salieron los tres soldados condenados el año pasado por cortar en pedazos a tres civiles afganos para llevarse partes de su cuerpo como trofeo. También se ha acusado al hospital de la base de denegar a sus soldados el tratamiento de estrés postraumático para ahorrar costes.

Quedan aún muchas incógnitas, aunque a EEUU le interesa un castigo ejemplar para arreglar las relaciones con el Gobierno afgano, que insiste, basándose en testigos de la masacre, que fueron varios los soldados que la perpetraron.