"Ha ganado Europa", proclamaban eufóricos los militantes de la Nueva Democracia en las televisiones internacionales tras confirmarse, incluso cuando no estaban escrutados todos los votos, que su partido había ganado las elecciones en Grecia. Y, ciertamente, es muy probable que, sin la presión casi histérica que ha ejercido el establishment político y económico de la Unión Europea, el partido de centroderecha no habría logrado batir a la izquierda radical.

Ya nunca se sabrá si estaba completamente justificada esa injerencia europea que ha despreciado la soberanía más esencial de la democracia griega, es decir, si la victoria de Syriza habría sido el Lehman Brothers que habría hundido al euro en el abismo. O si se ha exagerado el riesgo a fin de ocultar un tanto el peligro que existe en otros frentes europeos más decisivos, como España e Italia, casi tan angustiosamente inminentes como el de Grecia.

Al final serán los mercados, no mañana mismo, sino a lo largo de los próximos días, los que sancionarán si lo ocurrido ayer en Grecia es decisivo o simplemente un alivio pasajero para la eurozona. Pero parece que el guirigay político que se avecina entre los partidos helenos y, luego, entre Grecia y Bruselas no va a aclarar con rapidez las perspectivas que se abren ante los inversores. Primero, porque la coalición "ideal" para garantizar un Gobierno estable --la que formarían la Nueva Democracia, los socialistas del Pasok e Izquierda Democrática-- no va ser tan fácil y tan rápida de articular como les gustaría a los arbitristas de Bruselas y a los analistas griegos que los secundan.

Segundo, porque tampoco está claro el papel que va a jugar Syriza, que, aunque derrotada, ha logrado casi el 70% más de votos que hace dos semanas. Es decir, que tiene una fuerza política que sería muy peligrosa para el nuevo Gobierno si este la terminara condenando a ser únicamente la oposición en la calle. Y, tercero, porque el futuro Gabinete está obligado por sus compromisos electorales, empezando por los de Antonis Samarás, a pedir a Bruselas a que revise su plan de austeridad. Al menos en dos aspectos, según repetían ayer exponentes de la Nueva Democracia: un alargamiento de sus plazos de cumplimiento y una dotación urgente para recapitalizar los baqueteados bancos griegos. El nuevo Gobierno no puede empezar su andadura hundiendo más a los griegos en la miseria.

¿Relajará Alemania sus exigencias? Está por ver. Podría ser que no. Para Angela Merkel, Grecia es, sobre todo, un ejemplo. De los males que han conducido, en la versión alemana de los hechos, al desastre del euro y de la fórmula que es preciso aplicar, sin contemplaciones, para salir de ese agujero: el hecho de que las elecciones de ayer culminen, hasta el momento, un proceso que si ha demostrado algo es que la vía germana ha sido, en Grecia y en otras partes, un fracaso sin paliativos respecto de los fines que perseguía no parece haber disuadido a su inspiradora.