En la historia de la Quinta República, ningún presidente había tenido tanto poder en sus manos como François Hollande. Al brindarle una holgada mayoría absoluta el domingo en el Parlamento --los socialistas ya controlan el Senado, la mayoría de las regiones y las grandes ciudades--, los franceses han dado carta blanca al jefe del Estado para aplicar su política y, por tanto, han avalado su apuesta de plantar cara a la cancillera alemana, Angela Merkel, con la que mantiene un duro pulso por suavizar las tesis de disciplina presupuestaria para introducir medidas que impulsen el crecimiento.

La sintonía del tándem formado por Merkel y el expresidente Nicolas Sarkozy, el llamado Merkozy, está lejos de reeditarse. Merkollande ni siquiera ha visto la luz. El líder francés cuestiona la base misma del funcionamiento del eje franco-alemán, que consistía en ponerse de acuerdo para imponer las directrices a sus socios europeos. Favoreciendo un diálogo más amplio, que incluye a Italia y España, Hollande ya contrarió a la cancillera. Y la semana pasada, poniendo negro sobre blanco sus propuestas de crecimiento en un memorando enviado a los países de la eurozona, acabó de exasperar a Berlín.

París defiende un plan, cifrado en 120.000 millones, para reactivar la economía con el lanzamiento de grandes proyectos de infraestructuras y nuevas tecnologías. Las medidas serían financiadas a través del Banco Central Europeo, la emisión de bonos europeos y la implantación de una tasa sobre las transacciones financieras.

"FALSO DEBATE" Merkel ha acusado al jefe del Estado francés de promover "un falso debate entre el crecimiento y el rigor presupuestario". Incluso ha llegado a asegurar que las ideas de Hollande, como la emisión de eurobonos, llevan a "la mediocridad". Pero los franceses han hecho caso omiso de la presión alemana.

Legitimado por las urnas, el presidente francés ha visto reforzada su apuesta por renegociar del pacto de austeridad. Eso le obliga a mantener el tipo frente a Merkel, para lo que ha empezado a recabar apoyos, principalmente del jefe del Ejecutivo italiano, Mario Monti. En este contexto, la reunión del viernes en Roma con los cuatro grandes de la zona euro (Alemania, Francia, Italia y España) para preparar la cumbre del día 28 en Bruselas se presenta muy tensa.

Pero Hollande deberá ocuparse también a corto plazo de los asuntos internos. Finalizada la campaña, el presidente tiene que afrontar la realidad de la acuciante crisis aplicando las medidas de ajuste pospuestas hasta ahora. Para ello, piensa introducir algunos ajustes en el Gobierno, que tras las elecciones debe volver a constituirse.

¿LA EX, EN EL EJECUTIVO? Tras la derrota de Ségolène Royal en La Rochelle a manos del disidente socialista Olivier Falorni, Hollande tiene abierto un frente delicado. Al perder su escaño, la excompañera y madre de los cuatro hijos del jefe del Estado no podrá aspirar a la presidencia del Parlamento, cargo institucional con el que debía ver compensado su precioso apoyo a Hollande en las primarias socialistas.

¿Le dará un cargo en el Gobierno? En las filas del Ejecutivo se considera poco probable esta posibilidad, pero no está descartada. Contrariado por su pareja sentimental, Valérie Trierweiler, por su apoyo público al rival de Royal a través de Twitter, el jefe del Estado necesita afirmar en público su autoridad.

Además de tensar aún más las relaciones familiares --el veto de Trierweiler a Royal en la ceremonia de investidura fue motivo de incomprensión por parte de los hijos--, el gesto de Trierweiler incomodó sobremanera a Hollande. El presidente detesta la confusión entre la vida privada y la pública, uno de los aspectos que más criticó de Sarkozy.