Las instituciones de la Unión Europea (UE) y los líderes de los Veintisiete tienen la mala costumbre de presentar como grandes iniciativas innovadoras lo que en realidad son una mera reorganización de antiguos proyectos y de fondos ya presupuestados, presentados de forma distinta y más atractiva. Y el nuevo flamante plan europeo de crecimiento de 130.000 millones, anunciado en Roma a bombo y platillo por los líderes de Alemania, Francia, Italia y España, parece repetir esa pauta decepcionante.

La nueva iniciativa surgida en Roma apenas cuenta con nuevo dinero fresco para financiar inversiones públicas y se apoya fundamentalmente en fondos ya previstos en el presupuesto actual de la UE y en los préstamos que pueda conceder el Banco Europeo de Inversiones (BEI) durante los próximos cuatro años si hay un acuerdo para ampliar su capital.

El nuevo plan, según los detalles que se conocen del mismo, es una versión actualizada de la propuesta formulada hace muy pocos días por el presidente francés, François Hollande, que se mostró ligeramente menos ambicioso y lo cifró en 120.000 millones.

El propio plan de Hollande tampoco constituyó ninguna novedad, ya que constituía una nueva presentación de la propuesta ya formulada hace varios meses por la Comisión Europea y su presidente, José Manuel Durao Barroso, en su iniciativa para el crecimiento.

La parte fundamental del plan de crecimiento, entre 55.000 y 65.000 millones, son las partidas previstas en el presupuesto de la UE para los fondos regionales y de cohesión que aún no se han gastado, pero que ya están adjudicadas a cada país de los Veintisiete.

Otros 60.000 millones del plan corresponden a préstamos futuros del BEI y ni siquiera son fondos europeos o nacionales. El resto del plan está formado por el proyecto piloto de la emisión de bonos europeos por alrededor de 4.600 millones, respaldados por el presupuesto de la UE, para financiar infraestructuras.