Aunque los historiadores dicen que en el sillón presidencial que encargó Porfirio Díaz solo se sentó Pancho Villa para la foto, este es el asiento más codiciado de México. Durante un siglo ha provocado todo tipo de amiguismos y traiciones, abrazos y asesinatos. El próximo 1 de julio, una mujer y tres hombres competirán en las urnas para ocuparlo. Y el favorito en las encuestas, el televisivo Enrique Peña, es el más joven representante de aquella saga del Partido Revolucionario Institucional (PRI) que gobernó el país durante 70 años como una dictadura perfecta. En las urnas puede estar la vuelta al presidencialismo autoritario.

Únicamente los líderes más populares de la revolución que estalló en 1910, Emiliano Zapata y Francisco Villa, hicieron el gesto de cederse mutuamente el honor de sentarse en el sillón presidencial cuando años después entraron en la ciudad de México. Porfirio Díaz, que gustaba de arrellanarse en ellos, no pudo estrenarlo aquel año, cuando se hizo elegir por octava vez. Desde entonces, puñaladas. La revolución, que el partido casi único logró institucionalizar, impuso el lema de "sufragio efectivo, no reelección". Pero también el mandato volvió a ser total: el presidente lo decidía todo, designaba a los gobernadores e incluso a su sucesor.

El PRI se presenta como "renovado", su candidato, Enrique Peña, habla de "cambio", dice que "hay que mirar solo hacia adelante". Pero, como resaltan los comentarios populares, "sus políticos son los mismos dinosaurios, auténticos prinosaurios del pricámbrico temprano". Tras mantener el poder en más de la mitad de este país organizado como federación, el retorno de un priísta al timón presidencial sería --predicen los analistas-- la "vuelta al presidencialismo autoritario que dominó a México hasta el año 2000".

Como resalta el investigador Francisco Valdés, las reformas que a finales del siglo pasado permitieron la alternancia en el poder "hicieron más democrático el sistema electoral pero dejaron intacto el presidencialismo". La transición no ha completado la democracia, explica Valdés, porque "permanecen en la Constitución las viejas reglas presidencialistas que dieron sustento al sistema autoritario". Y es posible que, de ganar con ventaja amplia, Peña intente recuperarlas, al calor de la "gran cantidad de gente" que, señala el antropólogo Roger Bartra, "mira hacia atrás y añora el viejo sistema". Junto al "enorme peso de la cultura política autoritaria, profundamente enraizada en la sociedad mexicana", Roger Bartra adelanta que Enrique Peña "va a tener a su favor al propio sistema, que sigue siendo presidencialista, y a 20 gobernadores que lo van apoyar, junto a los grandes sindicatos y una buena parte de la clase empresarial". Pero todo va a depender, añade, del porcentaje con el que gane. Para Bartra la única esperanza es que "quede por debajo del 40%", porque solo así "es posible que haya presiones, incluso dentro de su partido, para hacer un Gobierno de coalición o por lo menos ciertos pactos".

De momento, las viejas formas priístas han vuelto al escenario electoral con todo esplendor. Mientras los otros partidos organizaron encuestas y elecciones internas para definir a sus candidatos, el PRI escenificó la denominada "cargada" y los demás aspirantes se inclinaron y abrazaron al favorito. Con ese tipo de abrazo de familia mafiosa con el que antaño, dicen algunos mexicanos, "se trataba de tantear si el otro llevaba pistola".

La campaña

La maquinaria priísta sigue aceitada. Las maquinarias empresariales, políticas y televisivas que imponen mandatarios se inclinaron ya por Enrique Peña. Los viejos cacicaquismos que aún imperan en el México profundo y bárbaro le están haciendo campaña. Como dice Roger Bartra, las elecciones presidenciales del próximo 1 de julio se convertirán en un referendo: "Mantener e incluso perfeccionar el actual sistema, o bien regresar a las normas del antiguo régimen". Y, de momento, las encuestas predicen que Peña puede incluso estrenar ese sillón presidencial en el que nunca se ha sentado un presidente.