Ayer y hoy se celebra un nuevo Consejo Europeo rodeado de expectativas, adornado de calificativos como histórico o decisivo. Es el decimonoveno que se convoca desde mayo del 2010 para sortear la crisis que, a partir de esa fecha, tuvo un punto de inflexión en el conjunto de la zona euro. Desde aquel Consejo, todos los convocados hasta ahora han venido precedidos por el halo de la solución definitiva y, a la hora de la verdad, los jefes de Estado y de Gobierno, el viernes o el sábado, anuncian medidas innovadoras sobre la periferia, mientras que el lunes los mercados contestan con dureza sus decisiones. Este Consejo tiene que ser diferente. Puede ser histórico si la Unión Europea cambia de enfoque y fortalece los principios y valores que la impulsaron en las primeras décadas de su construcción.

En un artículo que publiqué hace unos meses afirmé que "todos esperamos que bajo el impulso del nuevo presidente de la República francesa, François Hollande, las cosas cambien en Europa y, de una Europa monetaria y financiera, pasemos a una Europa política, económica y social, donde el crecimiento y el desarrollo vuelvan a figurar como prioritarios en las conclusiones y decisiones de Bruselas". Tanto Francia como Italia y Es-