Pura casualidad, pero a tenor de lo que ha sucedido estos dos últimos días en los oráculos del fútbol y la política en Europa, parece como si Italia y España hubieran ganado. Es pura coincidencia y lo que ocurra en el terreno de juego no va a trascender al futuro de esta idea brillante, la Unión Europea, que siente más fatiga todavía que los jugadores cuando tienen que enfrentarse a la realidad de una tanda de penaltis. Y sin embargo, como en el fútbol, en el acuerdo entre presidentes, tras 12 horas de cumbre, empieza a intuirse el juego.

Sin duda esta cumbre sienta las bases de una Europa diferente, donde el valor del euro pueda tener el mismo sentido en Atenas o en Berlín, y no como hasta ahora que navega a la deriva según la fuerza de cada uno de sus estados. La cumbre cierra el debate sobre la necesidad de dar al Banco Central Europeo el papel que su mismo nombre indica, no solo como regulador de todo el sistema bancario europeo, sino también como el paso imprescindible hacia una unión económica, que en la practica significaría la armonización de presupuestos.

Mientras los ojos de Alemania están puestos en ese paraíso ordenado y estable, donde la disciplina permita compartir riesgos hacia una unión definitiva, la victoria de Italia y España, con el apoyo de Francia, se traduce en medidas que alivian el precio que estos países están pagando por su deuda. Al final nadie pierde, pero aunque la presión de los mercados ha empezado a remitir, persisten incógnitas.

La primera es que la unión económica no acabe perdiendo peso entre el anuncio del viernes y el resultado a fin de año. La segunda es que los acuerdos para bajar el interés que pagan Italia y España por su deuda se conviertan en política común que permita a todos los países financiarse al mismo interés, con la emisión de eurobonos. De momento no se intuyen mas que al final del camino, pero cada vez empieza a estar más claro que sin ellos no hay paraíso.