Las fisuras abiertas en el hasta hace poco monolítico eje franco-alemán han permitido al atípico primer ministro italiano, Mario Monti, tomar la iniciativa en la dirección de los asuntos europeos y han abierto una nueva etapa tripolar en la eurozona, tras la cumbre europea concluida el viernes.

Si la cumbre de mayo supuso el fin del rodillo Merkozy, por la salida de escena del anterior presidente francés, Nicolas Sarkozy, esta nueva cumbre ha entronizado al respetado Monti como uno de los actores clave de la eurozona. Monti demostró haberse independizado totalmente de la antigua tutela franco-alemana, que le había colocado en el puesto del denostado Silvio Berlusconi sin pasar el trámite normal de unas elecciones generales.

Apoyándose en la complicidad del presidente francés, François Hollande, Monti fue el gran protagonista del Consejo Europeo, acompañado silenciosamente en la sombra por el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

En los envites de la cumbre, Monti jugó a fondo y con éxito su baza de ser considerado la única personalidad capaz de encauzar Italia por una senda de dolorosas reformas que eviten el colapso financiero de un país cuya deuda pública representa el 23% de la deuda total de la eurozona y cuya caída comprometería gravemente el proyecto de integración europeo.

Pero la misma posición política atípica de Monti puede que limite temporalmente su influencia en los asuntos europeos, ya que Italia se encamina hacia unas elecciones generales como muy tarde en la primavera del 2013 y el antiguo comisario europeo no parece inclinado a seguir en la liza.

Balón de oxígeno

Los acuerdos de la cumbre suponen un balón de oxígeno para España e Italia, pero la flexibilización del fondo de rescate no va tan lejos como deseaba Monti en las intervenciones en apoyo de la deuda pública de los países acosados, ni tan rápido como le hubiera gustado a Rajoy en la recapitalización directa de los bancos en crisis.

A pesar de que Italia y España se apuntaron un tanto y de que Hollande pudo alardear de impulsar un giro en Europa al haber logrado que Merkel flexibilizara sus posturas, un análisis detallado de los acuerdos muestra que la derrota alemana es más aparente que real.

Merkel cedió en las posiciones que se habían vuelto insostenibles, especialmente después de que el Fondo Monetario Internacional apoyara públicamente la recapitalización directa con fondos europeos de los bancos en apuros y pidiera un cortafuegos financiero más eficaz para la crisis de la deuda. Pero Merkel mantieme el poder de veto y el control esencial sobre cuándo, cómo y de qué manera se utiliza el fondo de rescate, que está financiado principalmente por los contribuyentes alemanes. "Toda prestación tiene su contraprestación. Toda ayuda estará sometida a condiciones y control", subrayó Merkel al acabar la cumbre. El texto del acuerdo lo confirma plenamente.

Además de mantener el control sobre el uso de un fondo de rescate, Merkel logró que los demás líderes de la eurozona aceptaran sin rechistar la instauración de un sistema europeo de supervisión bancaria dirigido por el Banco Central Europeo (BCE), que era una antigua reivindicación alemana.

Merkel también consiguió de forma discreta que Hollande aceptara ratificar sin cambios el tratado de rigor fiscal, que establece un estricto control del déficit y los presupuestos nacionales, y que el líder socialista había criticado duramente durante la campaña electoral.

La vaciedad del plan de crecimiento es el principal fracaso de la cumbre, ya que se limita a enumerar las habituales recetas de reformas y basa el estímulo de la inversión en créditos y fondos ya presupuestados. La debilidad del crecimiento es precisamente uno de los factores que agrava la actual crisis de la eurozona. A pesar de los avances logrados en la cumbre, el retraso de España en acabar de concretar el saneamiento y el fracaso de Rajoy en controlar el déficit público pueden desatar nuevas tensiones en los mercados.