Le llaman la pequeña Siria. En las afueras de Trípoli, la segunda ciudad más importante del Líbano, partidarios y detractores de Bashar el Asad, alauís y sunís, reproducen casi a diario los enfrentamientos del vecino país en guerra. En los barrios de Bab el Tabbane y Jebel Moshen, la mayoría de sus habitantes son refugiados sirios de los dos frentes del conflicto a los que los tanques del Ejército libanés intentan mantener separados a ambos lados de una avenida bautizada precisamente como Siria.

Son las tres de la tarde del domingo, apenas quedan en este frágil punto de Oriente Próximo dos horas de luz, ha llovido, el cielo está tapado y oscurece más las escenas. Junto a uno de los blindados que el Ejército tiene apostados a lo largo de la avenida Siria, en la acera suní, se oyen ráfagas interminables de disparos. Nadie se inmuta. Un militar libanés asoma la cabeza de un tanque, enciende un cigarrillo, y sonríe. Apoyado en el capó de un viejo coche, un joven continúa jugando con su móvil a una partida de marcianitos. El ruido del celular cada vez que mata a uno de esos bichos se mezcla con nuevas ráfagas de disparos. "No pasa nada", dice en un mal inglés un hombre que a su lado fuma con las manos en los bolsillos.

Nadie se inmuta. La escena parece formar parte de un juego en el que esta vez no hay heridos, ni muertos. En estos dos barrios enfrentados de Trípoli no hay ni un solo edificio sin impactos de artillería mortero o granada. Todo está agujereado.

Los habituales enfrentamientos se han recrudecido en las últimas semanas. Los tiroteos son frecuentes, aunque quedan camuflados por la sangría de las matanzas diarias en Siria, y silenciados por la reciente escalada de violencia en Israel.

El Ejército libanés se ha hecho con el control de los dos barrios, en el que se obliga a sus habitantes a pasar por unos controles que no frenan la presencia de armamento. Entre las callejuelas angostas y oscuras del barrio suní, empapeladas con fotografías de los mártires, el último, Khudr Al Masry, muerto por el Ejército, un jovenzuelo pecoso se acerca y muestra el bulto que le sale de la parte trasera del pantalón. Es una pistola. Es un niño que juega con pistolas de verdad. A su lado, un hombre mayor, seguramente más joven de lo que aparenta, muestra la suya. Parece una automática que mantiene reluciente. La agarra por la culata, la alza y la muestra con orgullo. Está dispuesto a luchar. Y a matar.

Únicamente entre junio y agosto pasados, al menos 20 personas murieron en los combates entre estos dos barrios de Trípoli, con el Ejército de por medio, ejerciendo un controvertido papel de mediador, intentado evitar que el Líbano se hunda en el abismo sirio. Los habitantes de la parte baja de Al Tabbane son sunís furiosamente enemigos del régimen de Damasco. Mientras que los habitantes de los edificios sobre los cerros de la ciudad, ya en el barrio de Jebel Moshen, son partidarios del clan de Asad. Esa posición estratégica privilegiada permitió a los alauís apostar francotiradores.

Puntos de control

Desde entonces, casi todos los edificios con ventanas a la avenida Siria están deshabitados. Demasiado cerca de la primera línea de fuego. Algunos están destruidos y junto a sus ruinas, el Ejército ha levantado puntos de control con sacos y bidones.

Una mujer cubierta de negro, con los bajos de su abaya manchados por el barro sucio de las calles mojadas por la lluvia, arrastra a sus cinco hijos que juguetean entre escombros y basuras olvidadas. "¿Tiene usted miedo?", le pregunta en árabe el traductor. "¿A morir? Qué poco nos conocen". Y prosigue entre la devastación seguida de sus hijos.