Han pasado dos años desde que Julian Assange pidió asilo en la embajada de Ecuador en Londres para evitar ser extraditado a Suecia, por miedo de ser entregado a Estados Unidos. Dos años sin pisar la calle y sin que existan visos de una rápida liberación. Coincidiendo con el aniversario, el fundador de WikiLeaks ofreció ayer una conferencia de prensa en la que pidió al fiscal general estadounidense, Eric Holder, que «anule la mayor investigación criminal de la historia contra un editor», añadiendo de paso que Holder «debería dimitir». «Obama debe pensar en el legado que deja», afirmó. Para él, la situación no ha cambiado. «Existe aún un riesgo importante de que pueda ser extraditado a Estados Unidos». Eso le obliga a seguir en cautiverio.

La vida del exhacker australiano, compartiendo piso en la reducida sede diplomática ecuatoriana, es dificil. Su espacio vital se reduce a un miniestudio, construido en el antiguo servicio de mujeres de la embajada. Assange, a pesar de haber encontrado cierta resistencia de los funcionarios que allí trabajan, hizo demoler la toilette porque era el lugar más silencioso de la vivienda. De está forma pudo escapar al ruido de los camiones de reparto, que le despertaban al alba cada día, cuando descargaban mercancía en los vecinos almacenes Harrods. En ese espacio reducido tiene archivos, libros, una conexión de internet, una mesa, una cama pequeña, una ducha y una cocinilla en la que de vez en cuando se hace unos huevos al plato. La comida la encarga a menudo ya preparada. En ocasiones comparte un ceviche con los empleados ecuatorianos. Quizás haya aprendido a hablar español, pero es un punto que no quiere revelar.

Assange trata de cuidarse, pero a los 42 años, parece haber envejecido de golpe. Un antiguo veterano del Ejército le ayuda a mantener la forma física y tiene varios aparatos para hacer ejercicio, como la cinta corredora que le regaló el director de cine Ken Loach. Para paliar la falta de sol toma vitamina D y rayos UVB, pero se le ve muy desmejorado. Ayer el ministro de Exteriores ecuatoriano, Ricardo Patiño, que participó en la rueda de prensa junto a Assange desde Quito, indicó que el encierro «está afectando a su salud».

Trabajador incansable

Patiño también condenó el «clamoroso silencio» de la prensa que publicó las filtraciones en el 2010 y ahora han abandonado a quien tanto arriesgó al realizarlas. Assange sigue trabajando, hasta 17 horas al día, según sus simpatizantes, tratando de mantener activo Wikileaks, participando en foros internacionales por videoconferencia y concediendo de vez en cuando entrevistas. También intenta que no le olviden. En los ratos de ocio ve películas y partidos de fútbol. En el Mundial, lógicamente, va con Ecuador.

Los delitos de agresiones sexuales por los que le reclama la justicia sueca prescribirán en el 2020. ¿Pero puede Assange aguantar seis años más de cautiverio voluntario? La puerta del 3 de Hans Crescent, donde se halla la legación, está permanentemente vigilada por una unidad de la policía británica. El despliegue cuesta 11.000 euros diarios a los contribuyentes, según las cuentas divulgadas ayer por Scotland Yard. De momento van ocho millones de euros gastados así. Entre Londres y Quito parece haberse roto el diálogo y la búsqueda de una solución pactada. El martes el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, dejó claro que Assange gozará de la protección de su país y podrá «permanecer en la embajada todo el tiempo que sea necesario».