El gran superviviente
Tras haber permanecido setenta años en el trono, el rey de Tailandia vio casi una veintena de golpes de Estado y de Constituciones
La paleta cromática de los congregados a las puertas del hospital donde expiraba el rey Bhumibol certificaba su ascendente: unos de amarillo, el color tradicional de la monarquía, y otros de rosa, el que le daba buena suerte al monarca. Bhumibol integra el paisaje tailandés, ya sea en camisetas o en sus ubicuos retratos en calles, hogares y edificios oficiales. Sobrevivió a 19 golpes de Estado y otras tantas Constituciones, reinó en dictaduras y democracias, convirtió a la denostada monarquía en la institución más querida y sólida.
Nació en Estados Unidos, estudió en Suiza y subió al trono tras la misteriosa muerte de su hermano. El relato oficial sostiene que ha diseñado todo el sistema de regadío y presas, entre otras muchas obras. Ningún tailandés desconoce sus logros deportivos, musicales y artísticos, ni sus esfuerzos ímprobos por mejorar la vida de los pobres. Nadie en el mundo iguala sus 136 títulos académicos honorarios.
Su culto a la personalidad roza lo norcoreano en un país abierto y cosmopolita, una potencia turística mundial, una democracia con la excepción de este paréntesis militar. No hay tailandés que critique a su rey, tampoco en privado. Ayuda el delito tipificado de lesa majestad que lleva a la cárcel hasta quince años a quien ofenda a la Corona y la interpretación suele ser laxa. Varios extranjeros la han pisado y eso explica que las críticas siempre lleguen desde fuera.
AUTOCRÁTICO Y FEUDAL
Paul Handley, corresponsal en Tailandia durante 15 años, escribió la biografía 'El rey nunca sonríe' tras partir. Describe a un rey profundamente intervencionista, autocrático y que ha colaborado con los militares para mantener una dinastía casi feudal. El libro fue censurado y un joven que tradujo fragmentos al tailandés acabó en la cárcel.
Pero leyes y propaganda al margen, cualquiera que haya pisado Tailandia sabe que el aprecio a su monarca es sincero. Los tailandeses, que esperaban sus palabras en cada crisis, han perdido a su referente vital.
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