El péndulo de la historia vuelve a inclinarse hacia el pasado. Los planes barajados por el nuevo presidente de Estados Unidos sugieren un retorno a los años más truculentos de la guerra contra el terror, las políticas contrarias al derecho internacional que puso en marcha la Administración de Bush tras los atentados del 11-S. Después de que Barack Obama enterrara algunos de los aspectos más oscuros de aquella guerra sucia, Donald Trump amenaza con recuperar la tortura o las cárceles secretas como arma para luchar contra el yihadismo y abraza una visión del mundo inspirada en el conflicto entre civilizaciones. La diferencia es que EEUU ya no es el país traumatizado de entonces y esta vez se espera una resistencia mucho más feroz si el mandatario opta por retroceder en el tiempo.

En su primera entrevista concedida el miércoles desde la Casa Blanca, Trump defendió la efectividad de técnicas de tortura como el ahogamiento simulado o waterboarding. «Quiero hacerlo todo en el marco de lo que está permitido legalmente. Pero, ¿creo que funciona? Sin duda, funciona». Trump esgrimió que su país estaría jugando en desventaja al renunciar a alguna de las armas a su alcance frente a un enemigo como el Estado Islámico que «decapita a gente solo porque son cristianos» y «hace cosas que no se veían desde la Edad Media». «En las últimas 24 horas he hablado gente en los cargos más altos de la inteligencia. Y les he preguntado: ¿funciona? ¿funciona la tortura? La respuesta fue ‘sí, absolutamente’».