Más de seis años han pasado desde que en marzo de 2011 comenzaron en Siria las protestas pacíficas contra el régimen de Bashar el Asad. El poder las reprimió de forma muy violenta y, con el tiempo, el conflicto derivó en una guerra civil que ha causado ya medio millón de muertos y seis millones de refugiados y que ha pasado por fases muy distintas. Además, entre 60.000 y 80.000 sirios han desaparecido en las cárceles del régimen. Para reflexionar sobre ello y analizar las perspectivas de futuro, el CIDOB (Barcelona Centro de Asuntos Internacionales) y el Ayuntamiento de la capital catalana celebraron el miércoles y ayer unas jornadas denominadas «Síria: un futuro sin dictadura ni sectarismo».

Desgraciadamente, cuesta ver cómo este loable deseo puede convertirse en realidad. En las jornadas no faltó el contexto, con un repaso a la naturaleza del régimen totalitario y represivo de los Asad desde los años 70, o el análisis de la revolución del 2011, «de carácter transversal y no sectario», como la definió Karam Nachar, director del colectivo Al-Jumhuriya, una plataforma digital. Una revolución en la que las mujeres jugaron un papel fundamental a menudo ignorado: «Dos de los grupos comunitarios de base más importantes fueron fundados por mujeres», recordó Leila Shami, activista de los derechos humanos.

Pero lo que tuvo un papel más decisivo para alcanzar la situación actual fue la militarización e internacionalización del conflicto, algo que llevó a la arabista y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, Luz Gómez García, a definirla como «la revolución robada».

"El mal menor"

Hubo cierta discusión sobre si Asad quiso deliberadamente militarizar la evolución del conflicto para ganar apoyo internacional -- la revuelta pacífica se transformó en lucha armada-- o si fue la propia dinámica de la disputa. Lo que todo el mundo tenía claro es que la internacionalización --con la implicación de potencias regionales e internacionales-- la comenzó el régimen con asesores militares de Irán y milicianos de la milicia libanesa Hizbolá luchando en sus filas. La irrupción de Estado Islámico, favorecida por Damasco, y finalmente la intervención de Rusia, dio la puntilla final. El resultado es que seis años después, el carnicero Asad «se ha convertido en el mal menor» a los ojos del mundo, como denunció Yassin Shewat.

Las perspectivas no parecen nada halagüeñas. «El proceso de negociación es la continuación de la guerra por otros medios», llegó a afirmar el escritor Yassin al Haj Saleh, histórico disidente que pasó 16 años en las cárceles de Asad. El discurso dominante ahora es «Asad es malo, pero los islamistas peor. Rehabilitar al régimen es condenar a los sirios a la muerte permanente», subrayó el escritor y filósofo, también represaliado, Iyad al Abd Allah. «La 'realpolitik' basada en la permanencia del régimen no es aceptable», terció Saleh.

Entre fascismos

El broche lo puso Shami: «Rechazo que los sirios tengan que elegir entre el fascismo laico del régimen o el fascismo religioso de Estado Islámico. Hay una tercera opción». Ójala tenga razón.