Aseis semanas de las elecciones, un número considerable de diputadas británicas ha anunciado que no se presentará a la reelección. Los motivos varían, pero uno común y fundamental es el intolerable nivel de insultos y amenazas, incluidas las de índole sexual más feroces, que sufren de manera habitual. Una agresividad mucho más frecuente, cuando la representante en el Parlamento es una mujer.

El miércoles pilló por sorpresa el anuncio de la actual ministra de Cultura, Nicky Morgan, de que no intentaría renovar el escaño. Dejaba la política y como explicó, «un factor importante en la decisión» era el acoso que ha venido sufriendo en correos y redes sociales. No entró en detalles, pero comentó cómo, «en los últimos dos años ha habido una serie de gente procesada por amenazas de muerte» a las parlamentarias. «Cada día es una locura, con más correos insultantes», añadió.

Morgan es una conservadora moderada y su adiós es una doble pérdida, para la representación de mujeres en la Cámara de los Comunes y para un partido donde solo van quedando los extremistas. Ella siempre animó a las mujeres a entrar en la política y su marcha es delatadora de lo mal que andan las cosas. «Espero que no eche para atrás a las mujeres, pero debemos atajar esa cultura de abuso», expuso.

INTENTO DE ATROPELLO / Medio centenar de diputados se han dado hasta el momento de baja para la elección de diciembre y 18 de ellas son mujeres. Además de Morgen, la exlaborista, Louise Ellman y la liberal Heidi Allen, han mencionado las amenazas e insultos como factor clave en su decisión de no presentarse. Es el caso también de la laborista Teresa Pearce, quien tras nueve años no aguanta más: «He querido ser alguien muy abierto y accesible, pero ahora no puedo ir a ninguna parte y debo llevar encima una alarma». La conservadora Caroline Nokes sí se presenta, pero no esconde su preocupación. Hará campaña, «extremando la cautela y mirando por encima del hombro».

Otra conservadora, Maria Caulfield también se presentará, pese a los abusos que sufre a diario. Caulfield contó a la BBC cómo le han pinchado las ruedas del coche, ha recibido fotos de bebés decapitados y alguien intentó atropellarla. «Muchas veces las cosas que te dicen te resbalan, pero en otras ocasiones es muy amenazador y abusivo».

Una de las diputadas que ha denunciado repetidamente los abusos que ella y sus colegas padecen es la veterana laborista Yvette Cooper. Su casa está llena de botones de pánico. Este año un hombre de 59 años fue detenido por amenazarla. En el 2016 en Twitter ya había recibido la advertencia de alguien dispuesto a matar a sus hijos y a sus nietos. El mensaje era especialmente aterrador porque llegó una semana después del asesinato de la diputada laborista Jo Cox, apuñalada y acribillada en plena calle, por el extremista neonazi, Thomas Mair, condenado a cadena perpetua.

Aquel crimen, sin precedente en la cultura política británica, fue un auténtico shock para la sociedad. Desde entonces el miedo ha ganado terreno y la situación, en lugar de mejorar, ha empeorado. Boris Johnson, criticado por atizar las bajas pasiones con su lenguaje incendiario, condenó el jueves las amenazas a los diputados como un comportamiento «absolutamente deplorable».

La mujer más amenazada del país es la activista y financiera Gina Miller, que ha ganado dos recursos en los tribunales contra la estrategia para el brexit, de Theresa May primero, y de Johnson después. Eso la ha convertido en la bestia a abatir para los extremistas antieuropeos. «Lo que me ha alarmado, y con lo que no contaba, es el nivel de ataques que me dirigen porque soy una mujer de color», ha dicho.