El exdictador egipcio Hosni Mubarak, que gobernó con mano de hierro casi 30 años y fue derrocado por las protestas masivas de la revolución del 2011, en la llamada primavera árabe, falleció ayer a los 91 años en un hospital de El Cairo, según anunció la televisión estatal.

El exjefe de Estado era vicepresidente de Egipto el 14 de octubre de 1981, cuando su mentor, el entonces presidente Anwar el Sadat, fue asesinado por extremistas islamistas en un desfile militar. Ocho días después tomó juramento como presidente, prometiendo continuidad y orden.

Aliado incondicional de EEUU, baluarte contra la militancia islámica y guardián de la paz de Egipto con Israel, para los cientos de miles de egipcios que se manifestaron durante 18 días de protestas sin precedentes en la plaza Tahrir de El Cairo y en otras ciudades egipcias, en el 2011, fue un líder corrupto, represor y un símbolo de desviación autocrática.

«HÉROE DE GUERRA» / El actual presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi, expresó su pésame por la muerte de Mubarak y decretó tres jornadas de duelo nacional. «La Presidencia llora con gran pena al expresidente de la República», dijo Sisi en un comunicado. El jefe de Estado egipcio se refirió al exdictador como «uno de los líderes y héroes de la gloriosa Guerra de Octubre, ya que asumió el mando de la Fuerza Aérea durante la contienda que restauró la dignidad y el orgullo de la nación árabe», en referencia a la guerra del Yom Kippur contra Israel.

Mubarak fue arrestado en 2011, después de que la revolución le obligara a abandonar su cargo en febrero, y permaneció en prisión y en hospitales militares hasta el 2017, cuando lo pusieron en libertad tras absolverlo de ordenar el asesinato de 239 manifestantes. En el 2015 fue condenado a tres años de cárcel, junto a sus dos hijos, por desviar fondos públicos para su beneficio.

Muchos egipcios que vivieron el tiempo de Mubarak en el poder lo ven como un periodo de autocracia. Él mantuvo su inocencia y dijo que la historia lo juzgaría como a un patriota que sirvió a su país desinteresadamente.

Su deposición condujo a la celebración de las primeras elecciones libres en Egipto y la llegada del presidente islamista Mohamed Mursi, que solo duró un año. La última vez que se vio a Mubarak en público fue en diciembre del 2018, cuando testificó en un juicio contra Mursi.

La caída de Mubarak acabó sumiendo a Egipto en años de caos e incertidumbre, y acrecentó una lucha de poder entre los militares y el grupo islamista Hermanos Musulmanes, que él prohibió. Con la llegada de Sisi se redujeron las libertades obtenidas en 2011, y la represión contra activistas proderechos humanos, periodistas y cualquier voz disidente es mucho mayor.

La muerte de Mubarak suscitó numerosas reacciones de duelo en los países árabes; elogios del primer ministro israelí en funciones y del presidente palestino. En cambio, abogados de las víctimas de su represión lamentaron el legado de impunidad y de injusticia dejado por el dictador.