Rusia adoptó ayer nuevos gestos de desafío y apoyo a la ofensiva militar de su aliado, el régimen de Bashar el Asad, en la provincia siria de Idleb, horas después de que 33 soldados turcos perdieran la vida durante un bombardeo sirio. Moscú despachó a aguas del Mediterráneo dos fragatas y culpó al Ejército de Turquía de la escalada miltar.

Por su parte, la artillería turca disparó contra posiciones del Ejército sirio en la frontera de la región de Idleb y en Lataquía, donde están las bases militares rusas en Siria. Según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (SOHR), murieron 16 soldados leales a Bashar el Asad. «No dejaremos que la sangre de nuestros valientes soldados caiga sin venganza», dijo la pasada madrugada el director de comunicaciones de la presidencia turca, Fahrettin Altun. En el en 2018, Turquía y Rusia firmaron un pacto en el que Ankara prometía controlar Idleb y eliminar de ella a los grupos yihadistas que allí operan. Moscú aceptó parar los bombardeos y un alto el fuego que sirviese para proteger a los cerca de 3,5 millones de civiles que viven en Idleb. Pero nadie cumplió. Los yihadistas han ganado poder e influencia y el alto el fuego nunca ha sido realidad: los bombardeos, rusos y de Asad, han sido constantes y diarios. Este año, Asad empezó una ofensiva para conquistar la zona. Rusia le ha estado ayudando. Y Turquía, que teme una nueva crisis de refugiados, ha armado a los rebeldes sirios y ha mandado a cerca de 8.000 soldados turcos dentro de la región.